Capítulo 6

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Una semana había pasado desde que, en un acto de extrema cobardía, Martina llegó a Tandil. Por supuesto deseaba visitar a su hermana, de eso no tenía dudas, pero la verdadera motivación no se encontraba en lo mucho que la extrañaba a ella, sino en la necesidad de huir del juicio del único hombre cuya opinión le importaba realmente. Porque por mucho que le dijera lo contrario, él sentiría rechazo en cuanto le contara lo que debió hacer durante el tiempo que estuvo infiltrada. Y entonces, todo su mundo se desmoronaría en pedazos.

Por fortuna, Cecilia no le insistió en ningún momento para que dijera qué le pasaba. Simplemente la acogió en su hogar, recibiéndola con los brazos abiertos, feliz de verla. No obstante, sabía que no tardaría en preguntarle al respecto. Suponía que solo intentaba darle tiempo para que la conversación surgiera de ella. No estaba segura de por qué se resistía a abrirse, pero cuánto más lo postergaba, más difícil resultaba hacerlo. ¡Mierda! Hasta ella tenía ganas de sacudirse a sí misma. Debía encontrar el modo de resolverlo o acabaría cansándolos a todos.

—¡Tía, mirá lo que hago! —La estridente voz de Benjamín la sacó de sus pensamientos.

Sonrió al verlo chapotear en la pequeña pileta de lona que sus padres les habían armado en el parque trasero, ubicado justo en medio entre la casa principal, donde residía la familia, y el pequeño departamento para huéspedes que su hermana había construido pensando en ella con la esperanza de que algún día se mudara con ellos. Claro que no pensaba hacerlo. Aunque fuera el lugar ideal para refugiarse, amaba la ciudad y jamás podría dejarla. Eso y que él estaba allí.

Aun así, estaba determinada a disfrutar al máximo su estadía junto a la familia. Cecilia había delegado la administración de las cabañas cuando los niños llegaron a sus vidas, por lo que pasaba la mayor parte del día con ellos y, por consiguiente, ahora también con ella. Aun así, había veces que se sentía un poco agobiada. Era muy difícil fingir que todo estaba bien durante tanto tiempo.

—¡Pará, Benja! ¡Me estás mojando! —se quejó Delfina, secándose la cara con una mano.

Con flotadores en ambos brazos a pesar de que el agua no superaba la altura de su abdomen, el pequeño nadaba de un extremo a otro, salpicando todo a su alrededor.

No pudo evitar reírse, divertida por la familiar escena. ¿Cuántas veces había vivido algo similar con su propia hermana? Demasiadas, y todos los recuerdos que conservaba evocaban momentos muy felices de su infancia.

—¡Qué bien que nadás, chiquito! —lo animó, aplaudiendo para remarcar sus palabras.

Él sonrió al oírla y continuó sacudiendo las piernas con energía, aunque se esforzó por no salpicar tanto.

Martina estaba maravillada. Ambos niños eran adorables. Benjamín apenas tenía cuatro años, Delfina pronto cumpliría los siete, y en ninguno se veía ya nada de la angustia y el dolor con los que habían llegado. Por supuesto, era consciente de que había transcurrido bastante tiempo, pero debía reconocer que el matrimonio estaba haciendo un trabajo increíble. Se notaba a la legua el inmenso amor que les brindaban.

—Estoy muy orgullosa de vos, Ceci, de todo lo que lograste a pesar de las dificultades.

Sentada a su lado en una reposera, ella dejó de cebar mate por un momento para poder mirarla. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

—Gracias —la oyó susurrar, conmovida por sus palabras.

Siempre se emocionaba cuando el tema surgía. Habían sido largos años de innumerables tratamientos de fertilidad y esperanzas rotas hasta que, por fin, luego de tomar la difícil decisión de adoptar, consiguieron cumplir el sueño tan anhelado. Entonces, su vida cambió por completo. Atrás quedaron las dudas y el miedo y una hermosa y feliz familia de cuatro nació.

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