Capítulo 25

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Tras cortar con Pablo, centró toda la atención en el camino. Sabía que él se encargaría de alertar a la policía local, así como de contactar a su jefe, el comisario Castillo, para ponerlo al tanto de lo que sucedía en Tandil. Probablemente Campos lo habría hecho también antes en cuanto se separaron; aun así, no estaba de más. En bastantes problemas se habían metido ya como para sumarle a eso insubordinación y desacato. Con suerte, una gran reprimenda lo esperaba a su regreso a Buenos Aires. Si es que volvía, claro.

Nervioso, apartó ese pensamiento de la cabeza. Nada que no fuera encontrarla debía importarle en ese momento. Cerró los puños alrededor del volante mientras mantenía los ojos en la desierta ruta que se extendía delante de él. La tensión en su interior crecía a pasos agigantados conforme se acercaba cada vez más a destino. El entorno había vuelto a cambiar y las edificaciones del centro cedían el paso de nuevo a zonas más residenciales y vastos campos abiertos.

El miedo a no llegar a tiempo, a perderla, le oprimía el pecho con saña, impidiendo que pudiera respirar con normalidad. ¿Había hecho lo correcto al cambiar de rumbo? ¿Y si su amigo se había equivocado y acababa de perder la única posibilidad de encontrarla con vida? No. Confiaba cien por ciento en Pablo y si él le aseguraba que lo del reloj era una trampa por parte del secuestrador, entonces debía serlo. Jamás ignoraría su advertencia. Su intuición casi nunca fallaba. "Casi", repitió en su mente con insidiosa crueldad.

Maldijo a la vez que apretó aún más la prensa de sus manos. Necesitaba estar enfocado para poder llevar a cabo la difícil misión que tenía por delante. Debía mantenerse en una pieza o no sería capaz de ayudarla. Sin embargo, la imagen de Martina, atrapada y vulnerable, no dejaba de atormentarlo. ¿Y si llegaba demasiado tarde? ¿Si no podía evitar que el tipo la lastimara?

—¡Basta, carajo! —gruñó para sí mismo cuando el pánico amenazó con invadirlo otra vez.

Respiró hondo en un intento por calmarse y se concentró en el GPS al tiempo que se adentraba en aquel barrio apartado y remoto en las inmediaciones de la ciudad. A su alrededor, las calles se encontraban por completo vacías y apenas iluminadas por la escasa luz que desprendían los faroles. Las propiedades eran grandes y separadas unas de otras, perfectas para esconder a alguien sin llamar la atención.

Al llegar a la dirección indicada, redujo la velocidad y estacionó a una distancia prudente. Con cautela, bajó del auto y corrió hacia la vivienda. Mientras avanzaba, miró a su alrededor en búsqueda de posibles amenazas. No obstante, todo estaba en silencio. Un ensordecedor y escalofriante silencio.

La fachada de la casa era cálida y acogedora, muy diferente a la imagen que se había hecho en su cabeza. Nada en ella delataba lo que estaba ocurriendo adentro. Decidido, se pegó a la pared y se acercó a la ventana. El tiempo de Martina se agotaba.

Aguzó el oído, intentando escuchar algún sonido del interior que le confirmara su presencia; sin embargo, todo parecía tranquilo. El miedo volvió a invadirlo cuando advirtió que las luces se encontraban apagadas. ¿Había cometido un grave error? No, no se permitiría dudar. Ella lo necesitaba y no iba a fallarle.

Haciendo a un lado los oscuros pensamientos, caminó agazapado por el lateral de la propiedad en búsqueda de una vía de entrada y se detuvo al llegar a la puerta trasera. Advirtió en el acto el haz de luz que se filtraba por la rendija del piso y su corazón brincó con fuerza al comprender lo que eso significaba. Había alguien allí dentro.

Luchando contra la impaciencia por tirarla abajo y disparar a todo lo que se le cruzara por delante, permaneció inmóvil escuchando durante un momento para asegurarse de que nadie lo estuviese esperando al otro lado, listo para matarlo en cuanto cruzara el umbral. Luego de unos segundos, se inclinó hacia la cerradura y acercó su rostro al orificio. Tal y como suponía, se trataba de la cocina y, para su alivio, esta se encontraba vacía.

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