Capítulo 18

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Dos días después, el refuerzo por fin llegó. Menos mal porque Martina empezaba a impacientarse y Alejandro estaba preocupado de no ser capaz de mantenerla a resguardo por mucho más tiempo. Su compañera odiaba el encierro, el sentirse acorralada, y aunque él compartía su mismo pesar, era mayor su miedo a que algo le pasara que la incomodidad que pudiera sentir. Sin embargo, también era consciente de que no podían seguir así. Cual juego de estrategia, debían hacer un movimiento y evaluar la reacción de su oponente para, de ese modo, descubrir cómo vencerlo.

Estaban terminando de desayunar cuando un mensaje en el teléfono le indicó que parte de su equipo había llegado. Lo alivió saber que se trataba de Campos. De los tres oficiales a su cargo, él era el más antiguo, el que más experiencia y trayectoria tenía y con quién más se entendía. En una misión, eso podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso, y tratándose de Martina, no pensaba dejar nada librado a la suerte. Haría todo lo que estuviera a su alcance para reducir al mínimo cualquier posible margen de error.

—Voy a preparar un poco más de café para Esteban —anunció ella a la vez que se incorporaba de la silla—. ¿Sabés con quién vino?

—No lo mencionó.

La siguió con la mirada mientras ella enjuagaba la jarra para disponerse a cargarla. Hacía tan solo unos minutos que la había despertado, luego de revisar el perímetro y asegurarse de que todo siguiera en orden, y debía reconocer que se veía preciosa con la larga y holgada remera que llevaba y el cabello despeinado. Sus ojos aterrizaron de lleno en sus nalgas cuando, al ponerse en puntitas de pie para alcanzar el frasco de café, estas asomaron por debajo de la tela, y contuvo un gemido al sentir que su cuerpo reaccionaba ante la exquisita visión.

Sin poder evitarlo, se puso de pie y avanzó hacia ella. Desde atrás, envolvió su cintura con un brazo, pegándola más a él, y se inclinó para besar su cuello. Martina ladeó la cabeza para darle espacio y suspiró, complacida. Le encantaba sentir sus manos y su boca sobre la piel, y estaba claro que él lo disfrutaba también, ya que no había dejado de hacerlo desde que se confesaron su amor. Exhaló despacio cuando con su lengua alcanzó el lóbulo de su oreja y se estremeció al sentir sus dientes raspando despacio su carne.

—No empieces algo que no vas a terminar —susurró con voz trémula.

Él sonrió al oírla.

—No lo empecé yo, corazón —indicó a la vez que le acariciaba el muslo con la palma abierta y rozaba con el pulgar la sensual curvatura de su nalga—. No podés pasearte así delante de mí y pretender que no reaccione.

Gimió cuando su dedo se deslizó por debajo de la ropa interior para seguir su camino hacia su zona más sensible, justo en la unión entre sus piernas, y alzó más la cola en respuesta. Pero él se apartó antes de llegar a destino, dejándola necesitada y frustrada.

—No pares. Tocame, Ale... —suplicó con un jadeo que amenazó con doblegarlo.

Alejandro la sujetó entonces del mentón y tras hacerla girar entre sus brazos, se apoderó de su boca con salvaje necesidad. Había querido jugar con ella, provocarla de forma deliberada y después alejarse para hacerle sentir en carne propia lo mismo que él padecía cada vez que la tenía enfrente. Pero debió haberlo sabido mejor. Su ansia era más fuerte y nada más tocarla, deseó perderse en su calor. Cuando escuchó su ruego, segundos después, supo que tenía que detenerse antes de no ser capaz de hacerlo. Su equipo llegaría en cualquier momento y no quería interrupciones.

—Prometo hacerlo más tarde —murmuró contra sus labios, su voz ronca a causa de su excitación—. Ahora por favor andá a ponerte algo o tendré que matar a Campos cuando se le vayan los ojos a tu hermoso culito. —Cerró la mano alrededor de este para remarcar su punto.

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