Introducción

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Se encontraba en la línea de fuego. Las balas volaban en todas direcciones, incrustándose en las paredes y muebles a su alrededor. Apenas había tenido tiempo para ponerse a resguardo. Determinada a mantener su fachada hasta el último segundo, había permanecido al lado del dueño del restaurante recién adquirido que pronto se convertiría en boliche para poder llevar a cabo allí el comercio de drogas y mujeres que le proveería Franco Bermúdez, el delincuente más buscado y escurridizo de los últimos tiempos.

Hacía meses que trabajaba de encubierto haciéndose pasar por una chica tímida y superficial, dispuesta a todo para complacer al empresario Ariel Deglise a cambio de participar en sus negocios. Sin embargo, conforme se iba acercando a obtener las pruebas necesarias, más parecía él desconfiar de ella y por eso había tenido que cortar toda comunicación con su equipo. Sola y desarmada, era consciente de que se hallaba en una situación muy peligrosa, pero debía mantenerse firme hasta que su compañero, junto al resto de su unidad, acudiera a su rescate.

Todo parecía desarrollarse con tranquilidad hasta que los sicarios de una banda rival, en asociación con Gustavo Deglise, el hermano de su supuesto novio, irrumpieron en el lugar, determinados a matar a todos los presentes. No obstante, la seguridad del veterano delincuente estaba lista para cualquier imprevisto. De inmediato se desplegaron para protegerlo y en tan solo unos pocos segundos, eliminaron por completo la amenaza. Martina apenas podía creerlo. No tenía idea de cuál había sido el plan inicial, pero sin duda, habían subestimado a los guardias del mafioso.

Furioso por la traición y sin ningún ápice de compasión, Bermúdez ordenó a sus hombres que los matara. No le importaba que hubiese sido su hermano y no él quien lo había entregado. Nadie lo apuñalaba por la espalda y vivía para contarlo. Fue entonces cuando Martina, en un intento desesperado por salvar su vida, se arrojó hacia el cuerpo inerte de uno de los custodios de Ariel y apoderándose de su arma, comenzó a disparar sin pausa hacia el grupo.

Gruñó cuando un lacerante ardor le atravesó la pierna mientras intentaba ponerse a resguardo y, empujada por el fuerte impacto, se trastabilló hacia adelante. Su cabeza golpeó contra el borde de una mesa, provocándole un importante y profundo tajo que al instante empezó a sangrar y aturdida, se desplomó en el suelo. La caída fue brutal y no pudo evitar que la pistola se deslizara de su mano, saliendo eyectada hacia un costado, lejos de donde se encontraba.

Intentó levantarse, pero todo le daba vueltas y no fue capaz de mantenerse en pie. De pronto, una figura se acercó a ella y de una patada la arrojó de nuevo al piso.

—¡Hija de puta! —acusó el narcotraficante con asco—. Desháganse de ella, muchachos. Es una maldita policía.

No tenía idea de dónde estaba Ariel, si ya lo habían matado o si consiguió escapar gracias a su accionar, pero tampoco le importaba demasiado. Ella era la siguiente en la lista. Alzando la mano para cubrirse por acto reflejo, cerró los ojos y pensó en Alejandro, su compañero y amigo de toda la vida. Era la persona que más quería en el mundo, aparte de su hermana. El hombre a quien amaba en silencio porque nunca se había atrevido a sincerarse con él. El único capaz de calmarla cuando ya no había esperanza alguna. Moriría, eso era inevitable, pero al menos se iría con la imagen de su precioso rostro en su mente.

—¡Alto, policía! —se escuchó de repente, antes de que una nueva ráfaga de disparos se alzara a su alrededor.

Débil y temblorosa, gateó hacia la barra, dispuesta a cubrirse de la balacera, pero el tiempo apremiaba y apenas podía moverse sin que el dolor de la pierna irradiara hasta su columna. Por otro lado, la cabeza le palpitaba horrores y la sangre se deslizaba ahora por su rostro, dificultándole la visión. Aunque no tan rápido como debía, continuó moviéndose, mientras rezaba porque Alejandro no resultara herido. Sabía que estaba allí. Él siempre acudía cuando lo necesitaba.

Al llegar al mostrador, giró hacia la izquierda y con un gruñido de dolor se colocó a cubierto. Sin embargo, alguien la estaba esperando, dispuesto a terminar lo que el mafioso no había podido hacer antes. Sus ojos irradiaban odio y la malicia que alcanzó a ver en su expresión la hizo estremecer. Si bien nunca lo había visto matar antes, no tenía dudas de que no sería esta la primera vez.

—Sabía que no podía confiar en vos —siseó a la vez que hizo retroceder el martillo para alinear la siguiente recámara al cañón del arma.

Pero antes de que su dedo apretara el gatillo, con un gruñido propio de un animal salvaje, Alejandro se abalanzó sobre él, derribándolo con violencia. Se sobresaltó cuando el disparo retumbó junto a ella, temerosa de que su compañero hubiese resultado herido. Sin embargo, este había logrado desviarlo y poseído por el mismo demonio, lo golpeó con fuerza hasta finalmente dejarlo fuera de combate.

—¡¿Estás bien?! —exclamó con voz temblorosa nada más llegar a su lado mientras otro oficial se hacía cargo de apresar a Deglise—. ¡Carajo, estás sangrando mucho!

Su rostro desencajado y los ojos aterrados reflejaban la emoción que lo embargaba en ese momento, probablemente por haber pensado que había llegado tarde. Quería decirle que no se preocupara, que no era tan grave, pero no tenía energía ni siquiera para hablar. Comenzaba a sentirse a la deriva y sin duda, pronto perdería el conocimiento.

Un quejido escapó de sus labios a la vez que sus párpados aletearon cuando notó la repentina presión sobre la herida de su pierna.

—Sé que duele, corazón, lo siento, pero tengo que detener la hemorragia —susurró, nervioso—. Tranquila, todo va a estar bien. Te llevaré al hospital.

Volvió a cerrar los ojos al sentir que la alzaba en brazos. El calor de su cuerpo la cobijó de inmediato, como ninguna otra cosa podría haberlo hecho. Rindiéndose por completo a la calma que su sola presencia le brindaba, apoyó la cabeza en su pecho y se dejó ir. Él estaba allí. Nada más importaba.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

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