Capítulo 21

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Se sentía incómodo. Su intuición le advertía que no bajara la guardia, que el peligro se encontraba más cerca de lo que pensaba y que ella no estaba del todo segura. Y por supuesto, no tenía planeado hacerlo. Sin embargo, se volvía una tarea muy difícil cuando todo a su alrededor parecía contradecir sus temores y, peor aún, su propio equipo, en especial Martina, se convencía cada vez más de que se trataba de una amenaza vacía. Incluso su jefe le había advertido que, si no hallaba pronto una prueba de que el sicario en verdad existía, no tendría más opción que ordenar el regreso de sus oficiales.

Exasperado, se pasó una mano por el cabello. Tal vez todos tenían razón y el equivocado era él. Quizás su estado permanente de alerta tenía más que ver con sus miedos y la necesidad de protegerla de todo mal —incluso imaginario— que con un riesgo real. No obstante, sus entrañas le decían lo contrario. Había algo allí afuera, podía sentirlo, a la espera de que diera un paso en falso para destruir lo más valioso que tenía en la vida. No, no se relajaría. No importaba si debía luchar solo contra una amenaza invisible. Desde que se unió a las fuerzas, jamás había ignorado a su instinto y no iba a empezar a hacerlo ahora.

La risa de Martina lo trajo de nuevo al presente. A pocos metros de distancia, conversaba con su hermana mientras observaban a Delfina y Benjamín jugar con sus amigos. Una semana había pasado desde que Cecilia anunció que estaba embarazada y, pese a que era una excelente noticia, sus pequeños no lo habían tomado tan bien. Al parecer, les preocupaba que, ante la llegada de un bebé a la familia, sus padres los hicieran a un lado. Por eso, para demostrarles que nunca nada haría que los quisieran menos, decidieron celebrar el cumpleaños número siete de Delfina en un salón de fiestas, invitando también a varios compañeros del jardín de Benjamín.

Por supuesto, a Alejandro no le había gustado demasiado la idea y trató de persuadirla de no asistir, pero no tuvo éxito y ahora debía lidiar con una treintena de niños alegres y enérgicos gritando y riendo a su alrededor mientras él se encargaba de que el lugar fuese seguro para ella, lo que sin duda se estaba convirtiendo en una tarea casi imposible. La música sonaba estridente, al tiempo que las animadoras gritaban por el micrófono la consigna de un nuevo juego como si la vida se les fuera en ello, y él comenzaba a impacientarse. No podía dejar de ver amenazas potenciales en cada rincón y en lo único que pensaba era que terminara de una vez para poder llevársela a la seguridad del departamento.

Por fortuna, no estaba solo. Campos y Vega se encontraban en el bar ubicado justo enfrente, desde donde vigilaban la entrada y los alrededores. Ellos le avisarían ante cualquier movimiento extraño que hubiese e intervendrían de inmediato. Él, por su parte, no se separaría de Martina. No la perdería de vista, incluso, si eso lo hacía parecer un paranoico. Deglise era un hombre de muchos recursos y muy inteligente, pero si lograba tener acceso a los contactos de Paco, entonces sería imparable. Así que, le importaba una mierda si nadie le creía. Sus entrañas le decían que no se confiara y no lo haría, así tuviese que enfrentarse al enemigo él solo. Iban a tener que matarlo para llegar a ella.

Con eso en mente, le envió un mensaje a Pablo. Este no se había puesto en contacto todavía, por lo que suponía que no tendría novedades aún; no obstante, necesitaba que le diera algo o terminaría volviéndose loco. Sabía cómo funcionaban las cosas y que, sin la orden de un juez, lo que Lucas encontrara al ingresar de forma clandestina en el sistema de la compañía telefónica no serviría de nada. Pero, al menos, lo ayudaría a no andar a ciegas. Descubrir quién estaba detrás de aquellas malditas llamadas era el primer paso para dar con el asesino, y una vez que eso ocurriera, estaría en verdaderos problemas porque de ninguna manera se quedaría de brazos cruzados.

Si bien su jefe lo había apoyado hasta el momento, sin duda, dejaría de hacerlo en cuanto supiera de dónde provenía la información. Porque cualquier cosa que descubriera su amigo no sería a través de un medio legal y eso lo dejaba muy mal parado no solo a él, sino también al comisario. Ya de por sí, los altos mandos no veían con buenos ojos que tres oficiales se encontraran fuera sin que hubiese ninguna investigación en curso y, por ende, no tardarían en obligarlo a hacerlos volver. Y cuando sucediera, su carrera pendería de un hilo. Porque esa era una orden que Alejandro no podía cumplir.

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