Presente...
Han pasado casi cinco años desde que salí de la vida de Morgan Walker. Y he tratado de cumplir la promesa que me he hecho a mí mismo.
Voy a dejarlo en paz. Voy a dejarlo que sea feliz.
He desbloqueado su número de mi teléfono, pero no lo he guardado. Porque eso solo me tentaría a hablarle con el único propósito de escuchar su voz. Y no confió en mí mismo con unas copas encima.
Por eso cuando un simple mensaje aparece en la pantalla de mi teléfono, sé que es él en un instante.
«Ella ha muerto»
Dice el texto simplemente, y el dolor que se aloja en mi pecho es indescriptible. Cary fue más para mí que solo la abuela de Morgan. Ella fue mi abuela, tanto como suya. Ella me adopto, y me arropo con su cálida familia. Mi vida fue mejor en Bunkport por ella y su familia, y el dolor de su perdida me destroza.
Es enero, y todavía es temporada de NFL. Pero mi equipo no califico a los playoffs, así que estoy libre y reservo el primer vuelo con destino a Maine que encuentro.
Es de mañana cuando estoy aterrizando en el aeropuerto de la ciudad y después alquilo un auto para desplazarme la hora y media que falta para llegar hasta Bunkport.
Cuando llego a la casa de los Walker, es Alice quien me recibe y se tira en mis brazos con grandes sollozos que cortan su respiración, y tengo que darle palmaditas en la espalda cada que la escucho que se queda sin aire.
— No está, Miles. Ella ya no está. —repite una y otra vez en mi cuello.
— Lo sé, cariño. Lo siento mucho. —digo, luchando a través de mis propias lágrimas.
Después de llorar por un largo rato en la puerta de entrada, camino con Alice con mi brazo sobre sus hombros, tratando de tranquilizarla. Llora cada pocos lapsos de tiempo, como si se retuviera de sentir dolor por cortos periodos, y entonces dejara que eso la consumiera nuevamente, haciéndola sollozar.
Es en el momento en que salimos al jardín, cuando lo veo.
Morgan ha cambiado mucho durante los últimos cinco años y al mismo tiempo no ha cambiado nada.
Lleva un abrigo negro y largo que le llega por debajo de las rodillas y una camisa de botones que se ciñe a su cuello y pantalones del mismo color. El negro resalta el blanco de su piel y aviva el verde de sus ojos cuando colisionan con los míos.
Es agua. Poderosa, refrescante y he vivido en sequia por demasiado tiempo como para no notarlo.
Cuando él camina a través del jardín y se estrella contra mis brazos, absorbo su calor. Él huele igual que siempre, y eso me tranquiliza en un instante. Este hombre es mi hogar. Lo he sabido siempre.
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AURORA [Historia Corta]
RomanceLa primera vez que vi a Miles Watson fue cuando teníamos cuatro años y creí que era un ángel. Con su cabello rubio y brillantes ojos azules, con su piel dorada y fina, parecía uno de esos muñecos que mi abuela solía guardar en una vitrina, los que t...