8 años antes...
Miles Watson siempre fue el mayor enigma de mi vida.
Trate de resolverlo por mucho tiempo, pero sin éxito. Nunca entendería su efecto sobre mí, la forma en la que me hacía sentir solo por mirar su sonrisa, o cuando sus ojos azules se fijaban en mí. La forma en la que olía me volvía loco, fantaseaba con enterrar mi nariz en su cuello. Con mi boca apoderándose de la suya, quería saber a qué sabía. Y odiaba a Blair Jones por haber arrancado su primer beso de mí. Era irracional, pero no podía hacer nada para detener los pensamientos que flotaban en mi cabeza todo el tiempo.
Observaba reír a Miles mientras trataba de contar un chiste horrible, pero era interrumpido por sí mismo cada pocos segundos mientras se reía con cada palabra que salía de su boca que se volvía más borrosa que la anterior.
Yo solo sonreía mientras lo miraba luchar por aire.
— Olvídalo. —le dije. — Es obvio que tu chiste es horrible o no te estarías riendo como un loco tú mismo.
— ¡Mis chistes no son horribles! —refuto. Eso pareció llamar su atención el tiempo suficiente para que encontrara nuevamente su voz. Su rostro estaba volviendo a su color habitual después de haber estado rojo durante su ataque de risa.
— Por supuesto que sí. —dije, acomodando la corona torcida sobre su cabeza. Se la había puesto desde que salimos del baile y no se la había quitado desde entonces. — Esta cosa te queda mejor a ti que a mí.
Dando un sorbo a su manteada, Miles negó.
— Pero es tuya, te pertenece. Solo la cuido porque tú eres un terrible rey. Has dejado a tus súbditos justo después de haber sido nombrado. —negó, mientras su boca hacia un sonido de desaprobación.
— Has sido tu quien ha sugerido este plan. —me queje.
Estábamos cerca de la orilla de la playa, las chaquetas de nuestros trajes habían desaparecido y las corbatas también. Yo me había arremangado mi camisa, y Miles había desabrochado los botones superiores de la suya. El viento nos azotaba, trayendo la brisa salada a nuestro alrededor y el olor tan familiar del pueblo. El sonido de las olas estrellándose una y otra vez antes de llegar a la orilla y ser absorbidas de nuevo era nuestra propia música de fondo. Estar en ese lugar en aquel momento, se sentía correcto, como si no hubiera otro lugar en el mundo donde debería de estar en este instante.
— Sí, pero ¿Cómo el rey se ha dejado influenciar por este simple súbdito? —me miro a través de esas espesas pestañas que poseía y que causaban tantas cosas en mi estómago cada que las batía contra mí.
— Cállate. —dije, cruzando los brazos sobre mi pecho. Estaba recargado contra la cajuela de la X-Trail, con mis pies descalzos hundidos en la arena. Teníamos la puerta abierta y Miles estaba sentado, con los pies colgando alegremente.
— Si hubiera sabido que ibas a ser así de engreído una vez que fueras rey, no habría metido todos esos papeles a la urna. —confeso. Me gire hacia él, sorprendido.
— ¿Fuiste tú? —la incredulidad llenaba mi tono. Frente a mí, Miles se encogió de hombros.
— ¿Qué más da si he sido yo o no? Lo único que importa es que nuestro rey es terrible. Por eso nunca he creído en la democracia. Todos son idiotas.
— Por supuesto que no funciona cuando un idiota tira un montón de papeles dentro de la urna.
— ¡Oye! Agradéceme que te he dado esta corona. —dijo, apuntando a la estúpida corona sobre su cabeza.
— Venga, dámela. La arrojare al mar.
— ¡No! Luche por ella, te pertenece.
— Todo lo que hiciste fue meter un montón de papeles dentro de una urna. Dámela. —dije, estirando mi mano para tomarla, pero Miles se la quitó rápidamente de la cabeza y extendió su mano hacia atrás, dentro de la camioneta.
— He dicho que no.
— Vamos, Miles. —murmure, estirándome más, plantando una mano a un lado de sus piernas para apoyarme. Y estaba casi ahí, la corona estaba a mi alcance, justo antes de que Miles la arrojara sobre el asiento trasero tirando mi trabajo a la basura. — Eres un idiota. —recrimine, y en ese momento fue cuando me di cuenta, de lo cerca que estamos, de mi cuerpo casi cubriendo el suyo, de lo azules que eran sus ojos desde esta distancia.
Y entonces hice la cosa más estúpida que había hecho en mis dieciocho años de vida.
Me incline y lo bese.
Solo duro un segundo, pero eso fue suficiente para que mi vida se desmoronara.
— Lo siento. —dije, separándome abruptamente de él. Que gran error había sido ese.
— Morgan. —escuche decir a Miles detrás de mí, pero no me gire para mirarlo.
— Miles, perdóname no sé qué me paso yo... — ¿Qué debería decirle? No tenía excusas para lo que había hecho y había arriesgado nuestra amistad por un maldito impulso.
Cuando sentí su agarre en mi cuerpo, me encogí involuntariamente; ¿quería golpearme? Me lo tenía merecido, así que deje que me girara hacia él. Sin embargo el golpe que esperaba no llego, y a cambio recibí un par de labios suaves contra los míos nuevamente y jade ante la sorpresa y el asombro.
Miles aprovecho esa oportunidad para deslizar su lengua tibia sobre la mía y yo enterré mis dedos en su cabello rubio. Su textura era tan suave como siempre había imaginado y solo esperaba estar haciendo un buen trabajo con mi boca contra la suya y que la torpeza de mi primer beso no se reflejara en ese momento, que la lengua de Miles asaltaba mi boca de una manera casi furiosa. Él sabía cómo a esa malteada de fresa que había estado bebiendo y algo más. Sabía cómo a todas las fantasías que alguna vez me había permitido tener sobre Miles Watson.
En algún momento del beso, nos movimos hasta que empuje a Miles nuevamente contra la cajuela de la camioneta y el trepo a su antigua posición y entonces yo estaba entre sus piernas con mis manos en sus muslos y mi mundo reducido solo a este hombre.
Y Miles no era tímido al explorar mi boca, no solo se quedó ahí, sino que bajo por mi mandíbula y mi cuello, dejando besos con la boca abierta y explorando su camino de vuelta a mi boca nuevamente. Estábamos fuera de control, como el agua de una represa que se rompe y corre libre después de haber sido retenida por demasiado tiempo.
Fue una luz la que nos hizo separarnos de un brinco, cuando escuchamos el sonido del motor sobre las olas, vimos acercarse por la parte frontal de la camioneta a Eugene, uno de los tantos salvavidas que trabajaban en la playa de Bunkport.
— Chicos, voy a tener que pedirles que abandonen la playa. —dijo Eugene, ajeno a nuestro conflicto interno que crecía con cada segundo que pasaba, ahora que nuestras bocas se habían separado y por fin entraba algo de aire a nuestros cerebros. — El oleaje está comenzando a crecer, y estamos colocando banderas negras. Nadie puede estar en la playa.
— No nos estamos bañando. —apunto Miles.
— Lo sé, pero es el protocolo. Salgan.
Con un suspiro, ambos subimos a la camioneta sin ponernos los zapatos que habíamos dejado en la cajuela.
Muchas noches me preguntaría el que habría pasado si Eugene no nos hubiera interrumpido esa noche. ¿Habríamos sido diferentes? ¿Algo realmente habría cambiado en nuestra historia si el oleaje no hubiese cambiado aquella noche? Esa sería una pregunta de la cual nunca tendría respuesta.
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AURORA [Historia Corta]
RomansaLa primera vez que vi a Miles Watson fue cuando teníamos cuatro años y creí que era un ángel. Con su cabello rubio y brillantes ojos azules, con su piel dorada y fina, parecía uno de esos muñecos que mi abuela solía guardar en una vitrina, los que t...