Las cajas nuevas estaban apiladas en la esquina junto a la puerta; Azira le había dicho al repartidor que no se molestara en acomodarlas, él mismo lo haría.
Con un par de tropezones, tomó la primera y la llevó al escritorio para abrirla con sumo cuidado. Retiró la cinta y levantó las solapas hasta lograr ver el relleno espumoso dentro que cubría los libros nuevos. Se detuvo y respiró con los ojos cerrados hasta llenar sus pulmones por completo, esperó tres segundos y dejó salir el aire con lentitud. Abrió los ojos e introdujo una de sus manos en la caja para tomar el primer ejemplar; cuando por fin sintió la rigidez del maquetado, lo sacó con la misma velocidad de un caracol que solo llegó a su meta cuando lo sostuvo con ambas manos firmes.
—Hola —dijo.
Ahí estaba, justo en medio de la portada, el retrato de un hombre pelirrojo bastante conocido para sus propios ojos. Si bien, la imagen difería en algunos detalles de su rostro real (porque sí, Aziraphale ha memorizado cada uno de sus rasgos), las similitudes eclipsaban cualquier diferencia.
Con una caricia ficticia, el ángel deslizó su dedo índice en los rizos del dibujo, calificando cada milímetro que podía palpar. Aún sentía culpa de haber envuelto a su contrincante en tal proyecto del que no tenía ni idea, pero admitía que ver su silueta plasmada en uno de los objetos que más le apasionan, convertían a Crowley en algo más que arte para él.
Pasó unos minutos así, apreciando la nueva obra que adornaría los estantes de la biblioteca, hasta que el sonido del timbre lo devolvió a la realidad. Guardó el libro en la caja, arregló los costados de su abrigo y se asomó por el cristal de la puerta.
Ahí estaba, el personaje que cobró vida y salió de las páginas de un libro: Crowley.
Respiró hondo otra vez, ya se le estaba haciendo costumbre, y abrió la puerta con una agradable sonrisa.
—Hola —dijo el demonio.
—Hola —respondió el ángel.
Todo este embrollo les había hecho olvidar que la última vez que se vieron habían discutido. Aziraphale se había negado a ofrecerle agua bendita a Crowley, y también había negado su amistad una vez más advirtiendo que no lo necesitaba, que ninguno de los dos se necesitaba. El contacto visual les recordó eso.
—¿Puedo pasar? —preguntó Crowley tratando de mantener sus ojos fijos en el suelo.
—Claro, pasa.
El demonio entró sin cruzar palabras y se detuvo en el centro de la librería, percibiendo la presencia de cajas nuevas.
—¿Más libros?
—Oh, sí —Aziraphale cerró la puerta—. Llegaron cajas nuevas esta mañana, las ordené hace semanas, pero me temo que hubo algunos problemas.
Aunque la puerta estaba cerrada, el silencio incómodo se las arregló para entrar corriendo detrás de Crowley y ahora ocupaba cada rincón de la librería.
—Oye, siento mucho lo que dije la última vez, si te herí, me disculpo por eso, no era mi intención —dijo el ángel tratando de disipar la incomodidad.
—Qué gracioso que pienses que tengo un corazón el cual puedas herir —sonrió. Ahí estaba de nuevo, el cinismo y el sarcasmo habitual en su tono de voz.
La tensión abandonó su espalda y lo invitó a tomar asiento.
—Hablo en serio, Crowley, reconozco que mi comportamiento no fue el mejor.
—¿Eso significa que sí me darás el agua bendita?
—No, a pesar de que mi forma de responder fue bastante grosera, sí fui prudente; no puedo darte tal cosa.
ESTÁS LEYENDO
El retrato de Anthony J. Crowley - Aziracrow.
Hayran KurguNi siquiera los escritores famosos y admirados como Oscar Wilde están libres de los bloqueos creativos. ¿Su problema? No puede imaginar el rostro de su próximo protagonista, un joven que encarna la belleza y la tentación, y que será el eje de su obr...