𝐂𝐔𝐑𝐒𝐄𝐃 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 | porque se sentía inseguro al sentir que no era suficiente para el primer comandante, después de todo, era un error; tenía la sangre maldita ¿y quien amaría a un defecto como él?
Se dispuso a devorar todo lo que se le había sido otorgado por Thatch.
Ese pelo de pan si le caía bien.
Aunque, si se ponía a pensar, últimamente se estaba llevando bien con los demás, principalmente con los comandantes.
Thatch era gracioso y amable, un poco arrogante a veces, pero nada que un comentario sobre su peinado no pueda arreglar; Izo era agradable y divertido a su manera; Haruta le caía de lo mejor y le entendía mejor que nadie, siendo superado únicamente por Thatch; Namur le divertía al igual que Jozu; Y Marco...
Marco era un caso diferente.
La piña con patas le confundía. Cuando está con él se siente seguro, cómodo y, de alguna forma, protegido, aunque obviamente no admitiría eso en voz alta; Marco definitivamente era otro juego completamente distinto.
Quiere pensar que le cae mal, pero ¡vamos! su sola presencia le calma.
Cada vez que el comandante le sonríe o le dedica una mirada, siente un cosquilleo en el estómago y un nerviosismo que no sabe cómo controlar. Y esa maldita sonrisa, la que le dijo que debería sonreír más seguido, se mantiene grabada en su mente, y por más que intente ignorarla, no puede evitar pensar en ella una y otra y otra vez.
Pero había un problema.
—¿qué haces? —le preguntó de repente una voz atrás de él, causando que se asustara.
—AHHHH ¡¡DADAN TENÍA RAZON!! ¡¡EL CUCO VINO POR MI!!
—¿el cuco yoi? —murmuró Marco con una sonrisa burlona en el rostro. Ace se volteó al reconocer su voz y, realmente, eso no calmó su corazón acelerado.
Sus mejillas tomaron un ligero tono carmesí por la vergüenza y pronto frunció el entrecejo.
—¡Idiota! ¿qué demonios haces aquí? —exclamó intentando ocultar su sonrojo.
Marco rió levemente.
—vivo en este barco, mocoso yoi, ¿de qué te sorprendes?
Ace desvió la mirada.
«uish, tiene un punto la piña.»
—comes mucho. —comentó al ver la cantidad descomunal de comida que había en el plato del que el pecoso seguía comiendo.
—esto no es mucho, no es ni un cuarto de lo que como.
—ni siquiera puedo imaginar cuánto comes entonces yoi.
Ace rio con ganas hasta parar abruptamente. Marco lo miro confuso y notó que su cabeza estaba baja. Escuchó unos leves ronquidos y se dio cuenta.
El mocoso se durmió.
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