CAPÍTULO 16

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Uno... dos... ¿Tres o... cuatro?

No tenía ni la menor idea de cuanto llevaba encerrada.

Tal vez eran más de cuatro días, o menos...

Ana realmente no lo sabía con exactitud.

Del techo colgaba un pequeño foco que siempre se mantenía encendido, emitiendo una luz tenue, no había un interruptor en la habitación que lo encendiera o apagara, en una ocasión el foco se apagó, dejándola en completa oscuridad, eso fue un castigo, que la dejo durante mucho tiempo en el mismísimo limbo.

Después de ese día... Ana no volvió a levantarle la voz...

Aparte de ese foco no había nada más que le brindara luz, ni siquiera una pequeña ventana, el piso era frio, gracias a eso su cuerpo no podía calentarse ni por su propia cuenta, el colchón y la manta desgastada no eran de mucha ayuda en ese aspecto.

No sabía dónde se encontraba este lugar, si estaba bajo tierra o no.

La única salida era una enorme puerta de hierro que solo se abría y cerraba con una llave, una llave que esa persona cuidaba muy bien.

Del otro lado de la puerta había otra habitación, era todo lo que sabia.

No sabía nada más, lo único que la mantenía cuerda era el dolor en su estómago, por primera vez en mucho tiempo quería comer.

Estaba tan hambrienta que comería lo que sea.

No le importaban las calorías o grasas, comería mil ensaladas, o mil trozos de pan, una galleta no sonaba mal, de hecho, sonaba muy bien.

Comería lo que fuera, y estaba segura de que no lo vomitaría.

El cansancio y el dolor en su cuerpo eran la segunda causa de cordura, le recordaban que seguía viva, sí, se sentía sucia y desagradable, pero, aun así, el simple hecho de seguir con vida aun en estas condiciones le daba paz.

Ana limpio sus lágrimas, extraña a sus padres, a sus amigos, por primera vez en mucho tiempo quería comer algún platillo preparado por su madre.

Lo extrañaba todo. Su cama. Su ropa. Su teléfono. Su ducha. Su perfume. Sus calcetines. Todo.

Quería salir de ese asfixiante lugar.

Quería volver a escuchar a sus padres haciendo bromas sin sentido durante el desayuno por las mañanas.

Quería volver a sentir sus rechonchos brazos rodearla en un cálido y empalagador abrazo.

Quería ir a la escuela.

Quería ver a sus amigas y platicar con ellas de cualquier estupidez.

Quería salir a pasear por su aburrido pueblo.

Quería hacer tantas cosas.<

Por primera vez en su vida, quería incluso hacer su tarea.

Ana comenzó a llorar mientras cubría su rostro.

Dios, realmente extrañaba mucho a sus padres.

De pronto, la puerta que se mantenía la mayor parte del tiempo cerrada se abrió, indicando una sola cosa, al escuchar el sonido de la enorme puerta, Ana abrazo sus piernas y enterró su rostro en ellas.

Ella cerro sus ojos con fuerza, mientras tanto, el sonido de pasos pesados se acercaba cada vez más a ella, podía sentir como su corazón se aceleraba con rapidez a la vez que su cuerpo comenzaba a temblar.

LAS FLORES QUE EL BOSQUE SE TRAGO [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora