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El camino estuvo en un extraño silencio, llegamos a casa alrededor de las 12 am, mamá y Ximena parecía ya estar en sus cuartos, Pablo se fue al suyo y yo al mio.

Empecé a desmaquillarme frente al espejo del baño, no me había dicho nada en concreto pero, su manera de verme fue nueva. 

«¿Qué pasaría si...».

No, no había manera de que Pablo sintiera algo por mi, pero, últimamente se portaba más amable, aunque tal vez era por que hemos madurado y ya no tenía sentido seguir odiándonos por temas tan inmaduros de cuando teníamos 10 años. No éramos los mejores amigos pero nos tolerábamos.

Hubiera sido lindo que fuéramos amigos, al final eso era lo que querían nuestras madres; sin embargo, Pablo y yo siempre encontrábamos una excusa para no hacerlo.

Había algo en él que me hacía detestarlo, algo que ni siquiera el sabía.

Estuve enamorada de él buena parte de mi vida.

Pero, él siempre me trataba mal, siempre era lejano. Sabía que no había manera de ser correspondido, así que me negué a aceptar mis sentimientos, algo con él hubiera sido un desastre.

Y yo, no soportaba la idea del rechazo, así que convertí ese amor en odio.

Me molestaba su indiferencia, siempre arruinaba todos los momentos civilizados que teníamos.

Maté esos sentimientos cuando cumplí 15, en mi fiesta de cumpleaños, el chico del que estaba enamorada llegó con su novia. Novia de la que no tenía idea de su existencia, los sentimientos que fingían ser odio se transformaron en verdadero odio.

Así que me olvidé de él.

De todas formas, estaba segura de que no hubiéramos funcionado y al terminar hubiéramos arruinado todo.

Para mi buena suerte lo pude superar, ya no sentía nada por él.

Tal vez sería bueno intentar ser amigos, después de todo siempre conviviríamos por nuestra mamás.

«Mi crush por él, será un secreto que me llevaré a la tumba, es humillante.»

Por la mañana, decidimos no ir al gimnasio, apenas llevaba 1 día y ya no quería ir. Los siguientes 10 días fueron tranquilos; la misma rutina, ir al gimnasio, regresar a casa, y hablar con Marco, quien parecía tener un cambio, quizás si se había arrepentido.

Mamá estaba trabajando desde casa, tenía permiso hasta que se acabara el verano.

Estaba relajándome en la piscina, el sol no estaba dándome directamente pero se sentía en el ambiente. Me acerqué al borde de la piscina y bebí un sorbo de la limonada que Ximena me había hecho.

—Parker.

La repentina voz me hizo dar un respingo, Pablo se burló de mi reacción y yo le puse mala cara. Estaba frente a mi con un plato de pizza en su mano.

—¿Es para mi?.—pregunté con una sonrisita recargando mis brazos sobre el borde de la piscina.

Pablo rodó los ojos y dejó el plato frente a mi

.—Pues si, para quien más—dijo entre dientes.

—Gracias...—murmuré.

Se veía apenado, como si le estuviera costando demasiado tener ese gesto conmigo, era gracioso, una sonrisa burlona se esbozó en mi rostro.

—¿Está fresca el agua?—preguntó cruzado de brazos.

—No, es un jacuzzi—dije sarcástica.

No podía dejar de ver como su rubio cabello brillaba bajo el sol, el estaba sonriendo y eso me hacía sonreír a mi.

Un verano con mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora