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—Tu eres más linda.

¿Cómo se reaccionaba cuando alguien te decía  algo tan bonito?.

Y cuando ese alguien era el chico que se supone que odias desde niña. Fui incapaz de responder al instante, no podía saber si el sentimiento era bueno o malo. 

No, no podía.

—¿Te sientes bien?—puse mi mano en su frente como si le estuviera revisando la temperatura.

El solo se río, pero esta vez no como si lo que acabara de decir fuese una broma. Estaba nerviosa, pero lo estaba disimulando bien, o eso creía.

Retomé mi lugar, creo que mi corazón se aceleró ante el tacto, y ante sus palabras. 

Tenía que empezar a pelear con él, se me empezaban a olvidar las razones por las que nunca nos hemos llevado bien. No en este momento, no quería sentir nada por él en este momento ni en ningún otro.

Mi yo de 15 años estaría saltando de la emoción.

Pero, mi yo de 18 años sabia que es imposible.

Además, el estaba saliendo con alguien, ¿intentaba estar con las dos?. 

Lo veía muy posible conociéndolo.

Así que esa era otra razón por la que no estaría con Pablo, jamás.

Jamás funcionaríamos, y al fracasar, arruinaríamos la relación de nuestras madres. 

Pablo miraba la televisión y yo lo miraba a el, a su perfil, siempre hacía eso cuando me gustaba. Lo miraba cuando no se daba cuenta, siempre me pregunté si al menos por un momento; ¿el llegó a sentir algo por mi?.

Mis amigas siempre me decían que era imposible que ninguno de los dos hayamos sentido algo por el otro ni siquiera de niños. Tenían razón, yo si sentí algo por el cuando era más chica, pero él... esa era mi duda.

Aunque creo que nunca le preguntaría porque cuando el me hiciera la misma pregunta se daría cuenta...

—¿Qué me miras?—dijo sin apartar la mirada de la pantalla.

Dejé de verlo, y sentí mis mejillas calientes al instante. ¿Cómo podía saber que lo estaba mirando?.

—¿De qué hablas?—mentí tratando de no ser descubierta.

Sus ojos hicieron contacto con los míos.

—Las personas podemos sentir cuando alguien nos está mirando—sonrió arrogante.

Bufé.

—Estaba mirando lo feo que eres.

Se llevó una mano al pecho dramáticamente sin dejar de sonreí

.—Me heriste muchísimo.

—Muchísimo—repetí.

—Sí, muchísimo.—reafirmó.

Rodé los ojos y me reí.

—Que dramático—murmuré.

Mis ojos se empezaban a sentir pesados, ¿qué hora era?.

—¿Ya tienes sueño?—le escuché decir.

Tenía los ojos cerrados pero todavía no estaba dormida, si no me iba a mi recamara en este momento me quedaría dormida aquí.

—Sí—dije somnolienta.

Me levanté del sillón obligando a mis ojos a mantenerse abiertos.

—me iré a dormir—no entendí lo que dijo, llegué hasta la habitación y en cuanto toqué la almohada caí en un profundo sueño.

Un verano con mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora