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Los días transcurrieron con normalidad.

A la semana volví a el equipo de animadoras y me lleve la sorpresa de que Samantha se había dado de baja—ella me decía que nunca se saldría por que le encantaba—por lo que me fue demasiado extraño. Tal vez ya no quería toparse conmigo, se lo agradecía.

Con Marco, tenía que obligarme a no matarlo cada que nos tocaba compartir aula.

No le hablaba, lo ignoraba.

El verdadero problema fue cuando la profesora de la clase que compartía con Samantha, se le ocurrió hacer parejas aleatorias.

Y como tengo la mejor suerte del mundo.

Que se note el sarcasmo.

Mi querida pareja fue Samantha Milton.

Quedé perpleja cuando la maestra dijo quien sería mi pareja, y puedo apostar que ella quedó igual. Nos miramos de reojo, pude notar que estaba asustada, ¿asustada?, esa mujer nunca se asustaba, siempre era yo la mas sensible de las dos.

Ultimamente siempre era así.

Si por alguna razón chocábamos miradas, ella bajaba la cabeza y evitaba mi mirada a toda costa. También me di cuenta de que ya no tenia amigos, nadie la quería. Solo se juntaba con Marco, pero el siempre la dejaba de lado y se iba con sus amigos por lo que estaba sola siempre.

Usaba su celular tratando de fingir que hacia algo, seguramente le daba vergüenza que la vieran sola, se hacia pequeñita a lado de su novio, había perdido toda su esencia.

No hacia nada de lo que le gustaba, ya no reflejaba la misma seguridad que la caracterizaba, me había dado cuenta de que su voz se hizo más baja—y eso es raro, sabiendo que ella se la pasaba carcajeando o hasta gritando—me daba mucha pena por ella verla así.

Al principio no lo noté, pero ahora estaba mucho más delgada que antes, estaba descuidada. Venia sin maquillaje, su cabello que antes se la pasaba peinando ahora solo estaba en un moño despeinado. Sus ojeras se marcaban, y había palidez en su piel.

Ni siquiera la había visto sonreír en todo lo que llevábamos de clases.

Lo peor de todo ni siquiera era eso, era que cada que pasaba cerca de mi grupo de amigos ellos le tiraban comentarios que ella trataba de fingir no escuchar y pasar de largo. Como un día que estábamos en la cafetería, llenando una mesa, charlando y riendo.

Cuando ella, cabizbaja como siempre, intento pasar por un lado de nuestra mesa con su bandeja en manos. Charlotte no tardo mucho en ponerle el pie haciéndola tropezar y caer de cara en el suelo vaciando su comida encima de ella. La mesa estalló en risas, pero yo no soporté ni un poco que la humillaran de esa forma.

—Uy perdona Sam, no te ví—dijo Charlotte entre risas fingiendo preocupación mientras la afectada seguía en el suelo.

No dude ni un segundo, y sin importarme nada me levanté de la mesa y me agaché hasta mi ex amiga.

—¿Estas bien?—le dije en voz baja, ella estaba de rodillas con las manos recargadas al suelo sin despegar la mirada del mismo, como si no soportara la vergüenza sus mejillas estaban encendidas.

Sabia lo mucho que Samantha odiaba que la vieran llorar, y sabia cuando estaba apunto de hacerlo. Y esta, era una de esas veces, su pecho subía y bajaba con su labio inferior temblando.

—Tranquila—le dije antes de ponerle las manos en sus hombros y ayudarla a levantarse.

Cuando ambas estuvimos de pie, y cara a cara con mis manos aun en sus hombros por fin pude ver que su labio estaba sangrando seguramente por el impacto de la caída, su moño estaba desecho y su ropa sucia de comida y empapada de jugo.

Un verano con mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora