🍷💀☕ - Cumpleaños

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Aproximadamente a las once de la noche, la sargento Lucrecia Fontine abrió las puertas del albergue 22. Amanda, que la acompañaba, entró con paso dudoso. A la voz de "¡De pie!", todas las reclutas saltaron de sus literas, se quedaron en firme al lado de ellas. Quienes no se habían acostado hicieron lo mismo. La sargento, sin dirigirse a ninguna en particular, empezó a decir en un tono considerable:

―¡Muy bien, cenicientas! Esta es Amanda Crespo, a partir de hoy formará parte de este pelotón. Procede de la zona 103-B. Sí, es una de los pocos sobrevivientes de la tragedia que hubo allí. Quiero que la traten como a una más, y que le quiten el complejo de señorita que trae. ¡Descansen!

La recia mujer se volvió hacia la joven, que cargaba una bolsa negra al hombro, y le preguntó:

―¿Cuántos años me dijiste que tienes?

―Veinticuatro, señora. ―respondió la chica, con voz asustadiza.

―De señora nada, niña. A partir de ya soy tu sargento.

―¡Disculpe sargento!

―Bien, escucha. El de pie es a las seis de la mañana, y el desayuno es de seis y diez a seis y veinticinco. El horario del baño empieza a las seis y treinta de la tarde y dura quince minutos. Así que, si te quieres afeitar las piernas o el coño, ¡te esperas hasta el día de descanso! Usualmente es el domingo. Aunque bueno, no tienes por qué afeitarte, no hay un hombre a diez kilómetros a la redonda. Ellos están en el cuartel de la colina, pero desde luego está prohibido ir allí, a no ser con autorización. Por lo que, si te entran cosquillas, el mango del cuchillo de combate te puede ayudar. Al entrenamiento se va bien uniformada, ¡nada de mangas subidas ni ninguna estupidez de esas! El pelo siempre recogido, y si te lo cortas es mejor.

―¿Eso es todo, sargento?―preguntaba Amanda al borde de un ataque de nervios. Todas las reclutas seguían paradas junto a sus camas.

―No, niñita. Está prohibido fumar en el albergue, solamente lo puedes hacer si estás fuera de aquí, y en el día libre. Pero, a mí esa regla me da igual; si te cojo fumando no la vas a pasar muy bien.

―No hay de qué preocuparse, yo no fumo. ―dijo Amanda enérgica, fingiendo rectitud.

―Así me gusta. ―La jefa recrudecía su voz a cada palabra. ―La correspondencia sale dos veces al mes. Los días primero y quince. No se permiten celulares ni computadoras ni ningún dispositivo de comunicación, las ondas electromagnéticas de esos cachivaches pueden decirle al enemigo que estamos aquí.

―¡Pero, si hicieron trizas mi teléfono cuando llegué!

―¡Exacto niña! Y no quiero descubrirte con otro tareco de esos aquí dentro. ―Se acercó más a ella. ―No te irá bien.―Lo repitió. Esa mirada amenazante y esa fuerte respiración, habían intimidado a la delgada Amanda, que sentía un leve temblor en las piernas. ―Hay una cosa que quiero que te metas en la cabeza: Aquí, eres un soldado. Ya no eres una damisela de esas que hay que salvar. ¡Ponle ovarios a esto! La humanidad te necesita para que la defiendas; y si es necesario, ¡des tu vida por ella!

―¡Lo sé, sargento! Lo decidí cuando mi hogar fue destruido por ser un lugar pacífico. Quiero aprender a luchar, ¡y ser útil para los demás!

―¡Eso no es todo! Tienes que demostrar que valió la pena salvarte. ¡Que los soldados que dieron su vida buscando sobrevivientes en tu zona, no se sacrificaron en vano! ―Con bastante fuerza, la sargento empujó a Amanda, quien cayó sentada en el suelo. La joven se molestó.

―¡Oiga! ¡Por qué me maltrata de esa forma, si yo no he hecho nada! Solo le estoy diciendo que sí a todo. ―Se paró con rapidez. ― ¡¿Usted tiene algún problema conmigo?!

VINO, MUERTE Y CAFÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora