Sting y yo bajamos de la camioneta. Cruzamos la cerca por una abertura que nos dejaban las tablas. Teníamos que subir la colina para llegar a casa de Roy. Encendimos una linterna, pues la luna nueva no nos permitía ver dos metros más allá de nuestros cuerpos. Muchos árboles y arbustos se erigían a ambos lados del camino en pendiente. Estaba de más decir lo tétrico que se veía aquello, la vegetación hacía una especie de túnel que no te dejaba ver el cielo. Para colmo, había que tener cuidado en dónde pisábamos, pues el suelo estaba plagado de raíces que sobresalían de la tierra. Más le valía a Roy que las amigas que nos había comentado, fueran unas preciosuras. Sting tropezó y cayó entre los arbustos. Se oían crujidos y al pobre quejándose, al parecer se había bañado en lodo.
Mi lado maldito se manifestó, pues me dio por reírme. Al cabo de medio minuto, ya no escuchaba absolutamente nada. Me acerqué a sus pies, que sobresalían por entre las plantas. Pero no, no se había bañado en lodo; las plantas estaban bañadas en un líquido rojo, y ahí solamente estaban los pies de Sting. El pecho se me oprimió en cuestión de milisegundos. Y de miedo, al percatarme de que las raíces intentaban enredarse en mis piernas por sí solas. Tenía que salir de ahí, pero las plantas habían bloqueado el camino por el que habíamos venido. Solo quedaba una opción, seguir subiendo la colina. Arranqué a correr, mientras la vegetación crujía y se me acercaba. No creo haber corrido más rápido en toda mi vida. Logré llegar a la cima, entre rápidamente a la casa de Roy; la puerta se encontraba abierta. Y la estancia, cubierta del mismo líquido rojo, estaba llena de pies, algunos con las uñas pintadas. Solo...pies.
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VINO, MUERTE Y CAFÉ
De TodoUna recopilación de historias sobre la muerte y todas sus facetas; desde el vino que compartimos con ella hasta descubrir cuánto disfruta su trabajo.