AHORA:
Entré desesperada a aquella habitación de hospital. No lo podía concebir, hacía una semana me había ido a la universidad, y lo había dejado en perfecto estado de salud; además de sus achaques normales de la edad, claro. Me paralicé al llegar a casa hoy, y escuchar de mamá que se estaba preparando para volver al hospital. "Tu abuelo sufrió un infarto, Eddith", me dijo, y de repente el pánico se apoderó de mí. No era capaz de pensar en nada más, la acompañé.
No estaba acoplado a ninguno de esos malditos aparatos. Acostado, sintió que abrieron la puerta.
―¿Quién está ahí? ―sonaba con la voz un poco tomada.
Corrí hacia él tras exclamar: "¡Abuelo!". Lo abracé con delicadeza, y no me pude contener más. Lloré con ganas, saqué toda la angustia que me había invadido en la última media hora. Me acarició la cabeza mientras yo seguía llorando a cántaros, de rodillas junto a su cama. Sentí que de nuevo era pequeña, y lo tenía para consolarme luego de haberme caído corriendo, o después de que se me hubiera roto alguna muñeca.
-Me alegra verte Eddith. -dijo mi persona favorita, esbozando una sonrisa.
«Está claro que ya no soy joven. Mi corazón ya no está hecho para el trajín de la vida. Pero siempre he sido consciente de que esto podría llegar a pasarme, tengo herencia de problemas cardíacos, por la familia de mi madre. Me siento dichoso de haber vivido tantos años sin ninguna complicación.»
Me decía cuando yo ya me había calmado, con el apacible semblante que lo caracterizaba. Lo había ayudado a sentar, y lo escuchaba con atención. Sin embargo, yo no daba crédito a lo que oía.
-¿Cómo puedes decir eso tan tranquilo? -inquirí molesta.
-¿Qué es lo que no te gusta de lo que dije?
-Es que... suena como si no te importara... -No me atreví a seguir.
-¿Como si no me importara morir? -Adivinó mis palabras. Asentí con un discreto movimiento de cabeza, estaba a punto de llorar de nuevo. -No es que no me importe, pero es algo que sé que tarde o temprano va a pasar. Es el curso natural de las cosas. -sentenció despreocupado.
-Eres injusto -sollocé-, ¿o sea que ya aceptaste que te vas a morir sin importar mamá y yo, que damos todo por ti?
-Te equivocas -afirmó vehemente-, por supuesto que me importan. Es lo único por lo que a veces me gustaría ser inmortal, para cuidar de ustedes por más de una vida. Mira, te voy a explicar algo de lo que me habló mi padre una vez, que presencié la muerte muy de cerca. Había visto a mi amigo ser atropellado por un automóvil delante mío.
«Tenemos la mala costumbre de ver a la vida como algo que debería ser más largo de lo que es, y eso, mi niña, se lo debemos a los lazos que creamos en ella, y de los que no nos queremos deshacer. Porque no concebimos un mundo sin nosotros en él. Pero la verdad es que da igual, a la vida le da lo mismo lo que hagamos con el tiempo que tenemos, al final vendrá a avisar que se acabó el tiempo. Y si no piensas en la muerte con desdén y miedo, te advierto que es difícil, verás tu vida larga y plena gracias a todos los lazos que has hecho.»
-Te amo, viejo loco, mucho -dije abrazándolo.
-Me alegra ver que me entiendas. Algún día, transmítele lo que te dije a algún hijo o nieto tuyo, el que más lo necesite. Mi padre me contó que su abuelo se lo pasó a él. No sé cuántas generaciones llevamos ya...
Regresé a casa mucho más tranquila. Pensé en lo que mi abuelo me había dicho, hasta que me dormí. En la madrugada, mami me llamó del hospital, abuelo Rafael había sufrido otro infarto, este no lo pudo rebasar.
ANTES:
-Te ves muy contento, chico. ¿Acaso no te preocupa dejar a tu esposa encinta en casa sola con el torrencial que está cayendo? -le preguntó el viejo a Jorjef, sentado delante de la mesa, al lado de él.
El agua había interrumpido su pastoreo, y aguardaba que escampar para poder volver a casa.
-Pues la verdad no, señor Matusalén, Mabel es la persona más fuerte y preparada que conozco. De hecho, tengo algo que pedirle -dijo el joven-, queremos que usted bendiga al bebé cuando nazca.
-¿Qué dices muchacho? Yo soy un simple mortal, Yahveh es quien bendecirá ese alumbramiento.
-Pero usted es como si Yahveh estuviera entre nosotros, mi abuela me contó que su bisabuelo jugaba de niño con usted.
-Te equivocas, solo soy un viejo que puede morir en cualquier momento. Y que de hecho, ya quisiera que pasara. No te imaginas lo que es tener seiscientos años y haber despedido a varias generaciones de tu familia. Todos admiran mi longevidad, y algunos quisieran tenerla, porque piensan que su vida es muy corta... ingenuos. Quiero pensar que fui bendecido con tantos años, como mi padre Enoc y mis ancestros patriarcas; pero hay días que me siento maldito. Lo que antes me llenaba, ahora me hace sentir vacío.
-Yo pienso lo contrario, señor. Con el perdón de Yahveh, nadie mejor que un longevo inmortal para saber el valor de las vidas efímeras.
-Suenas como mi hijo Lamec -Matusalén sonrió-, dice que le asusta llegar a mi edad -Rio sonoramente-. Está bien, bendeciré el alumbramiento de tu hijo; y un día, explícale la suerte que tiene de tener una vida corta. ¡Y dile que se lo cuente a sus hijos!
El tamborileo de la lluvia casi había cesado. Ambos se levantaron, y el viejo invitó a Jorjef a comer con él en casa de su hijo, para que le llevará un poco de exquisito estofado a Mabel.
-Así conoces a mí nieto Noé, es muy enérgico -añadió alegre mientras el sol empezaba a salir.
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VINO, MUERTE Y CAFÉ
RandomUna recopilación de historias sobre la muerte y todas sus facetas; desde el vino que compartimos con ella hasta descubrir cuánto disfruta su trabajo.