Prologo

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El sonido nítido de la cámara de mi móvil resonó en el aire, creando una pausa momentánea en el bullicio cotidiano de la calle. En ese instante, nuestros ojos se encontraron en un cruce de miradas fugaz, apenas una milésima de segundo que sentí como una eternidad. Una chispa de incomodidad brilló en sus ojos, y en el mismo instante, una ola de vergüenza me envolvió.

Sin tiempo para articular una disculpa, un impulso repentino me hizo emprender la huida, mis pies golpeando el pavimento con una velocidad que ni siquiera sabía que poseía. La vergüenza me hizo correr, como si pudiera escapar del juicio en los ojos del chico al que, sin querer, acababa de inmortalizar en una foto random.

¿Por qué huí? La respuesta, aunque clara en mi mente, era difícil de expresar. Había capturado la imagen de manera espontánea, impulsada por la desesperación de encajar en un nuevo entorno, lejos de mi mejor amiga y enfrentándome a la necesidad de ser aceptada por las chicas de mi clase. La presión social y el deseo de agradar a quienes consideraba referentes me habían llevado a cometer un acto impulsivo.

En ese momento, recordé los intentos bienintencionados de mi mejor amiga por advertirme sobre las posibles consecuencias de mis palabras y acciones desmedidas. Sin embargo, mi terquedad y desesperación me habían vuelto sorda a sus consejos, dejándome atrapada en un remolino de ansiedad y malas decisiones.

La calle se convirtió en un escenario borroso mientras corría, una metáfora visual de la confusión que experimentaba internamente. La foto tomada sin pensar se convirtió en un recordatorio tangible de mis luchas por encontrar mi lugar en un nuevo entorno, un recuerdo incómodo que prefería dejar atrás mientras mis pasos me llevaban lejos de aquel chico guapo y de la vergüenza que había creado sin querer.

Conquistando a una Red FlagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora