3. Pochita

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¿Pochita?

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¿Pochita?

Mis pensamientos se agolpaban en mi cabeza mientras intentaba concentrarme en la clase. ¿Qué demonios pretendía con llamarme "Pochita"? Sentía una mezcla de rabia y confusión.

No podía culparme por cuestionar mi propia decisión. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para mantener esta farsa?

—Erika ¿estas bien? —pregunto Marín. —Luces pálida y tensa.

—Erika —se acercó una compañera. —Lleva un rato esperándote —señalo hacia la puerta.

Apoyado en el marco de la puerta, el chico sonreía con una expresión tan amable que era difícil creer que ocultaba algo más oscuro. La mano que levantó en saludo parecía normal. Era como si estuviera interpretando un papel, ocultando su verdadero ser detrás de una representación cuidadosamente elaborada.

—¿Qué quieres? —pregunté, mostrando mi irritación.

—Oye, ¿Qué ha sido eso? Cuando el amo llama, el perro viene corriendo. Te demoraste demasiado. —Casi le explota un ojo de tanto fruncirlo. —Vámonos.

No voy a mentir, tenía miedo de este tipo.

—¿Dónde vamos? —mi voz era temblorosa.

—A ninguna parte.

—Estamos en el parque —me distancié, me había quitado el móvil.

—No voy a hacerte nada, ni voy a hacer nada —me entregó el móvil.

—¿Cuándo dices que no vas a hacer nada, es enserio? —pregunté con una mezcla de desconfianza y ansiedad en mi voz.

—Que cojones, es lo que he dicho —pronunció con brusquedad antes de echar a andar. Su actitud me dejó desconcertada, y aunque recuperé mi móvil, no podía evitar sentir un nudo en el estómago.

—Entonces ¿no vas a violarme ni nada de eso no?

—¿Qué clase de hombre te crees que soy? —dijo con un tono de voz que me hizo estremecer. La tranquilidad con la que lo dijo solo aumentaba mi inquietud. —No me faltan chicas. ¿Qué te hace pensar que quiero eso de ti? —dijo con irritación en su voz.

Su respuesta solo aumentó mi confusión. ¿Qué buscaba realmente? Aunque traté de ocultar mi inquietud, me di cuenta de que estaba lidiando con alguien impredecible. ¿Cómo podía confiar en alguien que actuaba tan erráticamente? Mi instinto me advertía que algo no estaba bien, pero por el momento, lo único que podía hacer era seguirle la corriente.

Paró en seco, y sus palabras resonaron en el aire.

—Me gustan mucho los perros —dijo con una expresión casi solemne. Observé su rostro mientras continuaba, explicando. —Son alegres, si les dices que esperen, esperan como idiotas. No importa si tienen hambre o cuántas lágrimas inunden sus ojos, hacen lo que su dueño ordena.

Conquistando a una Red FlagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora