12. The Vivienne Weestwood necklace

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—Me gustas —susurró, con una ternura que me estremeció

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—Me gustas —susurró, con una ternura que me estremeció. —¿De verdad dudabas? ¿No lo sabías? No te lo había dicho hasta ahora porque me daba vergüenza, pero siempre me has gustado, Erika.

Sus palabras resonaron en mi corazón como una melodía dulce y reconfortante. Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero esta vez eran lágrimas de felicidad.

—No llores —su tono era suave y tranquilizador.

—Lo siento —murmuré, limpiando mis lágrimas con la manga de mi ropa. —Es que no me esperaba esa respuesta. Me has hecho muy feliz.

—Siento haber sido cruel contigo todo este tiempo.

—No importa —respondí con sinceridad. —Todo está bien ahora. Soy así de simple.

—Por eso me gustas, Erika —su sonrisa era cálida y reconfortante.

—¡Me gustaría pasar el día 24 contigo! —dejé salir la emoción sin pensar demasiado.

—¿Y qué quieres hacer?

—Cualquier cosa normal —mis manos se entrelazaron tímidamente. —Ver películas de navidad contigo, comer pastel e intercambiar regalos. Eso sería lo normal, y me encantaría hacerlo.

—Qué poco pides —su tono estaba lleno de complicidad.

—¿No te parece bien? —pregunté, buscando su aprobación.

—Si es contigo, suena divertido —sonrió, iluminando su rostro.

—Castiel... —susurré su nombre, emocionada por lo que parecía un cambio de corazón.

—Bueno —se echó hacia atrás, separándose de mí. —¿Hasta cuándo tengo que seguir con esta tontería? —su expresión amable se desvaneció, reemplazada por una frialdad desconcertante.

—¿Qué... qué quieres decir? —mi corazón latía con fuerza, presagiando lo peor.

—Madre mía, ¿cómo puedes ser tan estúpida? —sus palabras fueron un golpe directo a mi corazón. —Te lo creíste todo. Creía que me conocías, pero no es así. ¡Yo nunca diría algo así! ¿Podrás seguir viviendo así? Siempre te van a engañar, Erika.

Las palabras resonaron en mi mente como un eco doloroso. La verdad cruda y desgarradora me golpeó con fuerza, dejándome paralizada y desolada ante la realidad de mi ingenuidad.

No quería escuchar más, pero sus palabras seguían resonando en mi mente, como un eco doloroso que me recordaba mi propia ingenuidad. No pude contener la ira y la frustración que se acumulaban dentro de mí. Tomé el vaso de agua frente a mí y lo arrojé hacia él con toda la fuerza que pude reunir. El agua fría salpicó su rostro, y la gente en la cafetería se volvió de repente, sorprendida por el repentino estallido.

Me levanté de la silla, temblando de furia y dolor.

—¡Eres... eres lo peor! —mis palabras salieron entre sollozos, cargadas de rabia y desesperación. —¡Por mí te puedes morir, basura!

Conquistando a una Red FlagDonde viven las historias. Descúbrelo ahora