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Era la hora de la comida.

Nos encontrábamos disfrutando de la primera comida del día. Esta vez, era una comida decente, cortesía de Jungkook. 

Devorábamos ansiosamente un jugoso filete perfectamente cocido, acompañado de crujientes papas fritas doradas. La ensalada fresca y vibrante añadía un toque de color y ligereza, mientras que una manzana roja y brillante esperaba ser el postre. Bebíamos de las botellas de agua, asegurándonos de no atragantarnos en nuestra voracidad.

Nadie sabía qué había motivado a Jungkook a proporcionarnos este festín, pero en ese momento, eso era lo de menos. Nos dejamos llevar por la satisfacción de tener algo demás que la basura de alimentos habituales.

Sin embargo, la tranquilidad se vio interrumpida por el sonido de unos pasos. El crujir de una puerta al abrirse resonó en el aire, seguido por un ominoso silencio cuando se detuvieron en la entrada. Nos quedamos inmóviles, observando con atención la delgada franja de luz bajo nuestras puertas, preguntándonos si la sombra de Jungkook se detendría frente a alguna de ellas. 

Para nuestra sorpresa, todas las puertas se abrieron una tras otra, rompiendo la rutina que habíamos aceptado como nuestra realidad diaria.

—Salgan —Se escuchó su voz con un tono serio.

Todos nos pusimos de pie y salimos según lo ordenado, encontrándonos a Jungkook con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada. Esta vez no llevaba puesto los piercings, vestía completamente de negro, un polo de lana negro manga larga pegado al cuerpo, el cabello amarrado en media cola, cayendo cabellos a los costados de su frente. Por su estilo diferente, algo me decía que ese era Jeonathan.

Traté de no mirarle por mucho tiempo ni hacer mucho contacto visual, pero podía sentir su vista fija en mí, hasta tal punto que me molestaba y a la vez me asustaba.

—Vayan a darse una ducha, al finalizar quiero que coloquen la ropa sucia en la máquina —ordenó Jeonathan, fijándose en el reloj de su muñeca—. Tienen 40 minutos. Al finalizar quiero a todos en su dormitorio. ¿Escucharon?

Nos miró a todos a los ojos, asegurándose de que cada uno de nosotros entendiera claramente sus órdenes. Antes de irse, dijo por último:

—Comiencen.

Eché un vistazo a los demás y los cuatro se movieron de acuerdo a lo que ordenaba Jeonathan sin ninguna duda. Dándome cuenta por primera vez que a un costado de nuestros pequeños cuartos, había cinco regaderas de ducha. Cuando estaba por hacer lo mismo, Jeonathan dio un paso adelante, colocándose frente a mí. 

La cercanía era sofocante; su presencia dominante me hizo retroceder instintivamente, cada fibra de mi ser reconociendo la amenaza implícita en su mirada. Su proximidad me obligó a retroceder hasta que mi espalda se encontró con la dura puerta de mi cuarto, atrapado entre la dureza de la estructura y la intimidación de su figura.

Sus ojos oscuros me perforaban, llenos de una intensidad que siempre me ponía nervioso. A lo que yo baje la mirada. No debía mirarlo a los ojos.

—Él te lo contó —dijo, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.

—¿A qué te refieres? —pregunté, haciéndome el desentendido y evitando su mirada.

—Sabes a qué me refiero. Incluso te dijo mi nombre —replicó Jeonathan, dando más pasos hacia mí, invadiendo completamente mi espacio personal—. Mírame a los ojos cuando te hablo, Kim. ¿O acaso ocultas algo?

Tragué saliva y solté un suspiro frustrado, sintiendo la presión de su presencia apabullante.

—Sí, lo sé todo. ¿Hay algo de malo en ello? —respondí con un atisbo de desafío.

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