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Enzo Vogrincic

Las luces de la ruta iluminaban nuestras caras mientras Carmela estaba acurrucada en el asiento del copiloto y yo me mantenida tieso sobre el volante.

Un viernes a las once de la noche este era mi plan. Después de armar mi bolso, Carmela me llevo al coto para que compremos comida. Se ve que le gusta porque en 40 minutos gasto quince mil pesos para un fin de semana entero. Pocos lo creerían, pero era verdad.

No me importaban las horas, ni los dias, mi emoción por estar con ella. Era un elixir que ni el alcohol, la comida o el sexo me lo podría llegar a dar.

Sé que no la conozco, por eso mi emoción incrementa. Imagínate coincidir con una persona tan única que el solo echo de pasar una sola noche con ella te desborda de felicidad.

Cuando estacione en la tranquera, que nos indicaba la entrada a su quinta, me pidió que la esperara y se bajo a abrirla.

El camino hasta el "Chale", como le dice Carmela, era arboleado por los costados, muchos arboles como los de los dibujos se paraban en fila para darnos la bienvenida a la oscuridad del campo.

Mis ojos se abrieron con impulso cuando llegamos a lo que parecía ser el "Chale". Era una casita rústica de dos pisos pero con una gran construcción.

Su material era de piedra pero estaba cubierta de plantas enredaderas. En algunas yacía la flora, y en otras no tanto.

No había un estacionamiento exacto pero deje mi camioneta cerca. Ambos desabrochamos nuestros cinturones y pasamos a las puertas traseras a buscar nuestras cosas. Carme agarro las dos cajas de comida y yo mi bolso y la transportadora con Ada adentro.

–No hay nadie? –Consulte, observando la oscuridad que debo admitir que me afligía un poco.

–Si obvio, allá atrás hay una casucha que se queda un señor a cuidar el campo. –Señala a lo lejos.

Tras unos largos y voluminosos arboles, se podía ver una cabañita hecha de ladrillo, tenia un farol en la puerta y solo por eso se lograba distinguir.

–Veni, pasa.

Ella agarro las llaves que tenía guardadas en el bolsillo mientras apilaba las cajas en el suelo. La puerta se abrió y nos metimos en la oscuridad.

Cuando Carmela prendió las luces me encontré con la entrada de la casa. Había un ventanal gigante frente a mi que reflejaba la oscuridad del exterior, una mesita y dos sillones individuales de color gris.

–Vamos a dejar esto a la cocina.

Ella se metió en un pasillo, y yo la seguí como siempre. Aquel pasillo nos llevo a el sueño para cualquiera, una cocina de mármol gris con sus utensilios color dorado.

La vi apoyar las cajas sobre la isla gigantesca y fregarse las manos. Me dedicó una sonrisa de lado a lado.

Yo sonreí también, si supiera que me flecha completamente cada vez que me regala cinco segundos de su hermosa sonrisa lo haría todo el tiempo.




































[...]








Carmela Shannahan

–Y esta? es tu mamá? –Preguntó Enzo.

Abrí los ojos indiscretamente. –No, es mi madrastra, se llama Julia.

Veo como Enzo se remueve un poco incomodo sobre la cama. –Ah, es la mamá de Benja y Alba?

SIX THIRTHY • Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora