sin vos. ★

279 20 6
                                    

Rodrigo se sentía mareado, confundido. Pero sobre todo, estaba triste.

Hacia tres semanas había salido del hospital, se hospedaba en la casa de Martin y Nicolas mientras empezaban la búsqueda contra alma y Germán.

Iván no despertaba, y eso lo hacía sentir peor. Su vida estaba más que destruida, y no podría empezar a reconstruirla sin su amado novio.

Estaba acostado boca arriba en la cama de invitados, mirando al techo como si hubiera algo muy interesante allí

Pensaba en su familia, en su madre y hermana. Ninguna había ido a visitarlo y tampoco se molestaron en hacer alguna llamada, y eso lo destruía por completo.

Él lo dio todo por ellas, y nunca recibió nada de atención o cariño. Revisaba su teléfono a cada rato, esperando algún mensaje o llamada, pero nunca llegaron.

Lágrimas rodaron por sus ojos cuando vio su fondo de pantalla.

Lágrimas rodaron por sus ojos cuando vio su fondo de pantalla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Suspiró. Sintió la puerta de su habitación abrirse.

— Roro, ¿quieres venir a merendar con nosotros? — el rubio se asomó por el marco.

— No, gracias — dijo con voz gruesa y se dio la vuelta para no mirarlo a los ojos.

— No podes estar todo el día sin comer, vení, que te hago una taza de café y te doy un trozo de pastel — se acercó a él y se sentó en la punta de la cama.

Algo pinchó en su corazón, mordiendo su labio inferior para aguantar las lágrimas.

— Ya voy, dame un minuto — se sentó a su lado, parecía débil.

— Después tenes que tomar las medicinas, ¿okey?, te quiero chiquito — lo rodeó en un abrazo calido, que no hizo efecto alguno en él.

Nico se paró y salió de la habitación, dejandole un casto beso en la frente a rodrigo.

el castaño se paró mareado de la cama y pasó la palma de sus manos por su cara.

Se miró al espejo detenidamente. Sus ojos estaban oscuros, su pelo desordenado y sus mejillas rechonchas y rojizas estaban delgadas y descoloridas. No se reconocía ni a él mismo.

Abrió la puerta, siendo deslumbrado por la luz del sol y aturdido por el sonido de la televisión.

— ¡Hola, ro! — lo saludó martín, haciéndose a un lado y dejandole espacio en el pequeño sillón.

— hola, mar — forzó una sonrisa y se recostó en el hombro del otro.

— ¿Cómo dormiste? — le devolvió la sonrisa.

— mejor que ayer.

— eso es bueno — le acarició la cabeza.

— ¿llamó el hospital? — le puso una mano en el hombro.

𝐋𝐀𝐓𝐈𝐃𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐋𝐌𝐀 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora