Magnífico enigma

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Shin hye revolvía el guiso con una cuchara de madera, mientras el vapor le empañaba los ojos. O tal vez eran las lágrimas que no podía contener. Miraba el reloj de la cocina y se preguntaba cómo podía hacer más por su hijo Jimin, que en unos minutos saldría a trabajar.

Ella quería ofrecerle algo más que un simple desayuno. Quería ayudarle a pagar su matrícula de la universidad, sin que tuviera que sufrir tanto. Le dolía el alma ver cómo su hijo se sacrificaba por Tae, para que él pudiera cumplir su sueño de ser peleador de Artes marciales. Sentía una punzada de envidia, pero también de orgullo. Jimin tenía un buen corazón y eso no lo podía cambiar.

Se sentía impotente e inútil, incapaz de cambiar la situación de su hijo, que trabajaba todo el día los fines de semana y medio tiempo por las tardes entre semana. Se odiaba a sí misma por no haber sido una mejor madre, por no haberle dado más oportunidades.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas, espesas y pesadas, como el peso que cargaba en su pecho.

Jimin bajó las escaleras y se sorprendió al ver a su madre quieta, solo moviendo el guiso sobre la estufa. Se acercó y se dio cuenta de que Shin hye lloraba.

—¿Mamá? —preguntó asustado— ¿Todo está bien?

Su madre solo pudo limpiar sus lágrimas con las manos y fingir que nada pasaba.

—¿Ya casi te vas? —sonrió con timidez, tratando de ocultar su angustia para no preocupar a su hijo— Siéntate ahora mismo, te sirvo.

—¿Mamá? —insistió Jimin, mirándola a los ojos sin perder el contacto, tomándola de los hombros— ¿Qué te pasa? Dime la verdad.

—Nada de lo que tengas que preocuparte, cariño —lo abrazó fuertemente, acariciando su cabello rubio— Te amo tanto, hijo. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —sonrió con ternura, mientras aspiraba el aroma que destilaba su hijo.

—Yo también te amo, mamá. Eres la mejor madre del mundo —le respondió Jimin, devolviéndole el abrazo.

—Pero siéntate y desayuna, se te hará tarde —Shin hye tomó un plato y le sirvió la sopa, mientras le daba un beso en la frente.




Hoseok miraba el reloj , mientras sostenía los boletos de avión en su mano. El vuelo a Las Vegas estaba a punto de salir y él no quería perderlo.

Tae, en cambio, solo miraba su teléfono con indecisión, donde aparecía el número de Jimin. Sus padres ya sabían que se iba a Las Vegas, pero él no había podido decírselo a su mejor amigo. Se debatía entre llamarlo o no, pero temía que fuera demasiado tarde.

La voz del altavoz anunció la hora del vuelo y los llamó a abordar.

—Es hora, Taehyung —dijo Hoseok, tirando de su brazo.

El castaño solo pudo seguirlo, sintiéndose abatido y culpable.

—serán 23 horas eterna de vuelo a Las Vegas, así que deberás descansar . Hablaremos de tu itinerario después —le dijo Hoseok, mientras caminaban hacia el avión.

—Está bien... —respondió Tae, sin mucho entusiasmo.

Una vez en el avión, Tae miró su teléfono una vez más y se armó de valor. Sin pensarlo dos veces, llamó a Jimin. Deseaba con todas sus fuerzas que él pudiera contestar. Sabía que su amigo trabajaba los fines de semana y que quizás no podía hablar.

—¿Tae? —escuchó la voz cálida de Jimin al otro lado de la línea.

—Jimin —la voz de Tae sonaba apagada y triste— Ahora mismo voy a volar a Las Vegas.

JUNG Vmin/KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora