01| Un juego de poder

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Estar de regreso significaba afrontar los problemas que nuestra unión representaba; y lo íbamos a hacer con la cabeza en alto.

El ejército plateado y el ejército de fuego en un solo reino, el reino de los demonios. La sola idea parecía problemática, así que en el onceavo mes todos los balcerianos se ubicaron en Kerios para evitar cualquier tipo de inconveniente. El reino que se levantó de las profundidades del mar por la unión de enemigos.

Era nuestro obsequio, pero nadie en el consejo de Quirrot lo veía así. Solo era una muestra de poder para el reino y su rey, yo no importaba.

Trataban de cegarme con que los plateados vivían en condiciones dignas y nadie más que los quirros podían entrar a Kerios, lo cual era muy favorecedor ya que en la frontera con Balcé acampaban los soldados de la serpiente, pero ni sus armas podían hacerle frente a los demonios que estaban allí.

Por otro lado, yo no fui bien recibido en el castillo ya que, para empezar, era hombre y balceriano. Era irónico porque como mascota todos me reclamaban, pero como rey me odiaban.

"Nos traerá desgracia"

"Acabarán con el linaje"

"Traerá la guerra consigo"

Todo lo que se decía en los pasillos era cierto, pero no era agradable saber que no era bienvenido en el que se suponía era mi nuevo mi reino.

Lo peor de todo era que nadie me apoyaba, realmente nadie. Lyria ya gozaba de la paz que siempre quiso y Herderis me ignoraba. Tenía obligaciones que cumplir, lo entendía, pero era molesto saber que tenía tiempo para mí y no lo usaba solo porque no era capaz de darme la cara.

Esperé pacientemente en el palacio y algunas semanas me iba a Kerios con Licomory para hacer planes de guerra que aún no llevaríamos a cabo, pero la mayor parte del tiempo iba a quejarme de mi esposo. Una noche se cansó y me echó de su nueva casa, pero luego me dejó entrar luego de prometerle que no iba a hablar más de él.

Pero también me ocurrieron cosas positivas. Primero: ya no había vuelto a sangrar, la fuerza de la luna y la mía había aumentado y todas las casas de placer que no cumplían mis nuevas órdenes eran eliminadas.

Lo negativo, además de todo lo que nombré anteriormente, era el maldito consejo.

El consejo que se esforzaba por sacarme del trono solo porque no podía dar a luz herederos y era ley que en el trono solo se sentara un hombre con sangre real de Quirrot. Para colmo, Herderis nunca estaba presente en esos consejos y eran todos contra mí, salvo Leryon, pero lo escuchaban tanto como a mí.

Así que todo eso era justificativo suficiente para la decisión que tomé en la fiesta que se hizo para recibir el nuevo año.

Era tradición, por no decir obligación, que todos vistieran de blanco, incluso los esclavos, ya que el rey debía usar el color negro, así que cuando Herderis entró a mis aposentos ya vestido con sus ropas negras y cadenillas plateadas, del mismo color que la tiara de su frente y pintura de sus pómulos; yo no me moví de mi cama.

—¿Por qué no estás listo?— gruñó con su particular ceño fruncido.

Me metí una uva a la boca y lo miré de reojo, no le dije nada y tampoco iba a hacerlo. Si él me ignoró por semanas yo podía hacerlo una noche y eso lo molestaría el triple.

—¿Acaso no piensas ir?

Volví a comer una uva.

—Zahiredd te estoy hablando— se formó un largo silencio que obviamente rompió ya con su mal humor a flote—. Si no te preparas y sales te irá mal.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora