20| La verdad detrás del trono

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Nunca lo había visto llorar, incluso llegué a creer que Herderis no lloraba, pero estaba muy equivocado.

A penas entramos a nuestros aposentos dijo que necesitaba estar solo y se fue a su baño privado, pensé en ir tras él, pero quería respetar su espacio, aunque una vez que escuché sollozos entré en un debate interno.

No sabia si entrar o no, no sabía si me necesitaba o solo quería estar solo de verdad.

—Al diablo— maldije por lo bajo y entré al baño.

Herderis estaba sentado en el piso de azulejos, abrazando sus piernas flexionadas y con la cabeza enterrada en estas para acallar su llanto; me acerqué con precaución como lo haría con un animal herido, al ver que no me dijo nada me senté a su lado.

No sabía qué decir para ayudarlo, así que solo me quedé allí, a su lado durante un rato, cuando su cuerpo dejó de temblar lo miré y esperé a que imitara mi acción, pero no lo hizo, solo mantuvo la vista al frente.

—Nadie hizo eso por mí.

—¿Qué quieres decir?

—Yo tenía una hermana, su nombre era... Hitska— en sus ojos apareció un brillo que nunca había visto, era como si decir su nombre evocara recuerdos lindos—. Mi madre estaba enferma y decían que no podría dar otro hijo, pero no la mataron porque ya había perdido a dos niñas y un niño nació muerto luego de Hitska, pero yo nací ocho años después y fui la alegría del reino— aquel brillo desapareció en ese instante—. Nadie sabía de la existencia de Hitska, mi madre murió pensando que su hija la acompañaría, pero no fue así porque mi padre llegó a amarla tanto como a mí... pero aún así me nombraron heredero a mí.

«Tenía catorce años cuando presencié cómo decapitaban a mi hermana, habíamos salido de caza y unos ladrones nos atacaron, pero solo la dañaron a ella.

«No fue hasta mi coronación que supe la verdad, mis tíos planearon ese asalto para que ella no robara mi trono cuando fui yo quien lo robó... maté a mis tíos con mis propias manos»

Su historia dejaba un sabor amargo en mi boca y la odiaba, pero odiaba mucho más que haya sufrido por eso solo, no era justo. No fueron justos con él ni con su hermana.

Conocía las leyes de Quirrot, una mujer no podía sentarse en el trono, pero no sabía que las mataban. Aunque debí pensarlo ya que era extraño que no hubieran mujeres en la familia real.

—Lo siento mucho— dije.

—También yo— me miró por primera vez—, pero no te lo cuento para que sientas pena, lo hago para que entiendas que tomé la decisión por la... Derkat, para que no sufriera, ni ella ni su hermano. Crecerán juntos, pero si ella muere, su sangre estará en tus manos.

Se puso de pie y dio grandes pasos para alejarse de mí. Tenía que saberlo, no podía ocultarlo más.

—No morirá por el trono— solté y se detuvo—, porque ninguno se sentará en él.

Se volteó rápidamente con el ceño fruncido, no habló, pero cuando cruzó sus brazos sobre su pecho vi la señal silenciosa que me dio.

Entonces le conté todo. Sobre mi viaje a Arys, sobre Solaris y Lunaris, sobre el dragón. Le conté lo que dijeron que pasaría y le hablé de mis visiones.

Él me escuchó en silencio, con el rostro totalmente serio, cuando concluí tomó un lugar a mi lado.

—Yrin no es tu sangre— fue lo único que dijo.

—No, no lo es.

—Y hay tres tronos que nos pertenecen, podemos hacerlo uno solo si así lo deseas.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora