15| La despedida

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No fue posible que nos quedáramos juntos por más tiempo ya que teníamos obligaciones que no podían esperar.

Hurricane y Leryon nos esperaban en el salón del consejo con las respuestas que quería.

—Daract insiste en que también fue obligada— comunicó mi mano—, asume sus malas acciones, pero todas fueron bajo amenazas del sumo sacerdote.

—¿Cuáles?— pregunté.

—Una maldición— respondió.

Hasta donde tenía entendido los sumo sacerdotes no podían maldecir como los brujos, eran solo palabras para generar miedo, pero en Quirrot eran diferentes ya que no solo tenían a los dioses, también a los demonios. Si tenía en cuenta eso y que maté al hombre, había una posibilidad de que su maldición se cumpliera.

—¿Cuál?— preguntó Herderis.

—Que habría una mujer con su sangre en el trono y que todo su linaje moriría por la sangre Gingsred.

Todos me miraron a mí como si yo fuera el responsable.

—No veo mal que una mujer sea la nueva reina de Quirrot— dije.

—Eso podamos discutirlo luego— opinó rápidamente Herderis—. Ahora debemos ocuparnos de los lu'kanses que trajeron como espías.

—De eso ya me ocupé yo— interrumpió Hurricane—, seis están de camino a la prisión de las montañas.

—¿Y son todos?

Nadie me supo responder porque nadie lo sabía con exactitud, el único que sí lo sabía estaba muerto.

—En la mañana iré a la prisión a interrogarlos en persona— dijo Leryon—, hasta no tener claro si el palacio es un lugar seguro, creo que deben irse.

—Es cierto, no podemos arriesgarnos— apoyó Hurricane mirándome fijamente a los ojos—. Los dos deben irse a Kerios.

●○●

Salimos todos juntos, pero con destinos diferentes. Hurricane no confiaba del todo en Leryon por lo que decidió acompañarlo a la prisión.

Nos tomó más horas llegar a Kerios porque decidimos ir en el carruaje por un camino menos concurrido.

Estaba muy callado pues necesitaba escuchar mis pensamientos, los que me decían que algo no iba bien. Los que me decían que no confiara en nadie porque las cosas no tenían mucho sentido. Los que me decían que Herderis me ponía una venda en los ojos.

¿En verdad se dejó someter para protegerme a mí y a su mano?

¿O todo era un plan para quedarse con mi reino?

Tenía sospechas, pero debía confirmarlas.

—Leryon me contó que te mostraron el dedo mayor de alguien como amenaza— dije—, ¿volviste al Quirrot de antes porque temías perder a tu amigo?

—Cuando abrí esa caja y vi el anillo de Leryon temí que me quitaran a mi familia, porque él es lo más cercano a una que me queda.

Mentía. Él o Leryon, pero uno no decía la verdad, la mano dijo que fue el dedo meñique y el hombre de ojos oscuros sentado frente mí no me corrigió cuando dije que fue el dedo mayor.

—Pero también fue por ti— dijo y se ganó mi atención—. Me aterraba la sola idea de que Sidrajes te dañara otra vez, por eso preferí que me odiaras a tener que perderte para siempre.

—¿Por qué? ¿Por qué no mataste al sumo sacerdote con la primera amenaza?

—Porque si decía la verdad me arriesgaba a perderte, si yo lo mataba Arbat haría lo mismo contigo, eso me dijo él y no podía poner tu vida en riesgo.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora