16| Historias

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Pasaron varios días desde que Laya había vuelto a su hogar en la luna, varios días sin saber absolutamente nada de la diosa, días en los que solo me guiaba por lo que sentía y por lo pronto solo la sentía lejos.

Sabía que la diosa no corría peligro, pero necesitaba que tomara su lugar en Arys, mi madre tenía que levantarse para que yo pudiera avanzar a Balcé. Ya era tiempo y si ella estaba mal, yo padecía el doble.

Desde que Laya murió mi fuerza disminuía con más velocidad y la fuerza de los demonios dejó de ser suficiente luego de la cuarta vez.

Ya no salía de mis aposentos y Herderis no se despegaba de mi lado por miedo a perderme; Leryon estaba a cargo de Quirrot y Hurricane de Kerios mientras nos ausentábamos. Ellos habían vuelto con malas noticias ya que ningún espía habló y todos murieron por el veneno de una serpiente.

La chica del tatuaje fue llevada a la prisión y no supe más de ella, y la verdad no me interesaba nada a cerca de espías.

—Puedo buscar a más brujos— sugirió Herderis por décima vez—, ellos sabrán cómo ayudarte.

—A menos que puedan hacer que Lunaris tome su lugar, no me ayudarán.

—Déjame intentarlo— pidió con las cejas hundidas—. Yo mismo buscaré los mejores brujos de Quirrot.

No podía ni con su expresión y mucho menos con su tono de súplica. Acepté solo porque yo tenía otros planes y necesitaba estar solo. Herderis no me habría dejado.

Se fue por la mañana ese mismo día, pero antes me prometió volver y dejó un beso en mi frente.

Sir Urihn me ayudó a caminar y a subir las escaleras hasta el que había sido el cuarto de Laya, ya que allí estaba todo lo que necesitaba, un círculo de velas.

—Retírate— ordené.

Él dudó un momento, pero bastó una sola mirada de mi parte para que cruzara las puertas.

Me senté sobre mis piernas flexionadas y coloqué el dorso de ambas manos sobre el frío piso de piedra, las dos estaban a la altura de mis rodillas; cerré los ojos y el silencio se apoderó de todo.

Podía escuchar mi respiración y los latidos constantes de mi corazón.

Una sola vez vi a Laya hacer lo mismo que yo y me bastó para aprenderlo. Tenía que encontrar a la diosa Lunaris a como de lugar, y si eso implicaba visitar Arys, el reino de los dioses, lo haría con las últimas fuerzas que me quedaban.

Cuando dejé de escuchar mis latidos supe que era el momento de hablar.

—Diosa de la luna. Lunaris.

En ese mismo instante dejé de escuchar mi respiración y abrí los ojos lentamente debido a la luz blanca, que era molesta a la vista y no me dejaba ver absolutamente nada.

Sentí que mis manos estaban mojadas al igual que la parte baja de mis piernas, me puse de pie y me sorprendió que no me dolió nada. Estaba bien, con todas las fuerzas que había perdido.

Cuando mi vista se acostumbró a la brillante luz, pude ver un extenso prado verde que brillaba porque había una capa de agua cristalina que lo cubría todo, el cielo era de un perfecto azul y a lo lejos había un árbol dorado similar a un sauce adulto, pero en ves de hojas, de sus ramas caía agua.

El agua que cubría el piso era cálida y el aire también, era un clima muy acogedor y tenía ganas de acostarme allí mismi y dormir, pero tenía que avanzar.

Me acerqué de a poco, pero luego terminé corriendo, tenía que llegar y si caminaba tardaría demasiado.

Cuando llegué al árbol, no me encontré con Lunaris, pues este no era su árbol. Pero estaba la diosa cuyo cabello era del color de la tierra, llevaba un vestido de musgo y bajo sus pies había vida vegetal. Sabía que los dioses eran grandes en Arys, pero no imaginé que me doblarían en altura.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora