22| La lucha por el trono

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Debo admitir que esperaba más violencia por parte de la serpiente, pero sus hombres ni siquiera me desarmaron al guiarme por los pasillos que tanto conocía, mas ya no eran los mismos porque en vez de hermosas enredaderas en las columnas y en las ventanas, habían cadenas.

Todo el palacio era frío y oscuro, la serpiente había tomado todo lo hermoso para sepultarlo, había dejado un lugar triste y gris, incluso los criados tenían un aspecto apagado, pero no solo era su mirada y su ropa andrajosa, estaban encadenados, todos los criados balcerianos tenían cadenas en sus muñecas.

No hice más que cerrar mis manos en puños hasta que mis nudillos se tornaron blancos, pronto todo eso acabaría y no sería como antes, sería mejor.

Cuando las puertas del gran salón se abrieron respiré profundo y levanté el mentón. No dejaría que Sidrajes notara mi miedo, pero no era hacía ella, sino miedo a no volver.

Lo primero que vi en el salón del trono fue el techo, del que solo colgaban cadenas, pero yo sabía perfectamente qué habían colgado antes pues compartíamos la sangre.

—Zahiredd Gingsred, no veo tu bandera blanca, ¿o acaso vienes a suplicar por tu vida?

Odiaba su manera de hablar, su manera de mirarme, su manera de sentarse en el trono, su corona, y sobretodo la manera en que usaba mis alas para apoyar sus pies.

—Vengo a ofrecerte un trato.

—Te escucho— dijo e hizo un ademán con la mano para que hablara.

Entonces vi las esferas, las tres en su mano como si fueran pulseras.

Abrí la boca, pero ella se adelantó.

—Demasiado lento, ahora tú me escucharás a mí, principito— los mismos hombres que me escoltaron, me agarraron por los brazos—. Permití que te fugaras, no te perseguí en los demás reinos, dejé que te casaras con el estúpido Herderis, incluso ahora mismo no mato a tu ejército, pero esto no te lo permito.

—No sé de qué hablas.

Era la verdad, aún así rio sin gracia.

—Te llevaste a los dioses, ¿crees que no sé que ya no intervienen?— se inclinó en el trono y entrelazó sus dedos—. ¿O acaso crees que ganarás solo porque Solaris no está de mi lado?

—No— respondí—, yo voy a ganar, incluso si Solaris estuviera de tu lado perderías, Sidrajes.

Eso la enfureció y se puso de pie con fuerza sobre mis alas y me dolió. Sentí sus pisadas en mis alas, como si aún estuvieran en mi espalda, como si nunca me las hubiera quitado.

La sorpresa se esfumó cuando me abofeteó, ni siquiera la había visto acercarse, pero la miré cuando sentí un corte en mi cara, luego vi sus anillos especialmente fabricados para cortar y le pegué una patada.

No lo pensé, simplemente le pegué en la entrepierna porque estaba cerca y porque se lo merecía. La serpiente me miró como si acabara de hacer lo peor del mundo y le ordenó a los hombres que me soltaran.

—Sé que estás enojado conmigo y te voy a dar un regalo antes de matarte— comenzó a sacarse el saco largo que llevaba y la corona, que se las entregó a una criada bien vestida—. Pelea conmigo, pero tranquilo, no te voy a matar, solo quiero jugar.

Jugar. Yo no era un juguete y al contrario de ella, yo sí pelearía para matarla. Me saqué la capa, tire el arco y las flechas, pero saqué el cuchillo de mi cinturón.

—Oh, así que todavía eres pésimo con la espada. Es una pena.

—Hablas mucho.

—Y tú muy poco, principito— le entregaron un puñal de oro con una hoja fina—, quiero escuchar tu vos antes que tus gritos.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora