18| Una forma extraña de paz

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Cuando sentí que ella ya no estaba viva y vi su cuerpo flotar caí de rodillas. Mi corazón dolía en verdad, como si me clavaran puñales en él.

Extendí mis brazos como pude ya que solo quería hacerme bolita en la arena y esperar a la muerte, que estaba con la diosa y no tardaría en abrazarme.

Lirkhes, hija de Lunaris— empecé—, yo invoco tu fuerza y espíritu.

Llevé mis manos a la arena y cerré los ojos, cuando sentí que el agua mojaba mis dedos los abrí lentamente y casi muero del susto.

La cabeza de un dragón enorme estaba solo a milímetros de la mía, no era real, estaba formado con pequeñas luces que salían del agua, pero mi pulso se aceleró sobremanera cuando aquel dragón abrió la boca mostrándome sus enormes dientes. No había manera de que la criatura entrara en esta fosa, pero no me puse a pensar en lo que era o no posible porque estaba en Arys.

—Soy Zahiredd Gingsred— fallé en que mi voz no temblara—, y pido tu fuerza, Lirkhes... por favor.

El dolor se agravó, y cerré los ojos con fuerza, mas al sentir una oleada de una fuerza extraña que me empujó de espaldas contra la arena, volví a abrir los ojos y me encontré con el cuerpo de un dragón entrando a mi pecho. Aunque no era el cuerpo en sí, eran las luces con la se había formado.

Lunaris no dijo que sería así. No dijo que mi sangre herviría ni que mi estomago se estrujaría, y tampoco dijo que mi cabeza dolería tanto que desearía arrancarla, pero cuando la última luz entró a mi cuerpo, todo se desvaneció.

No había dolor, mi piel estaba fría como antes y me sentía... normal. No noté ningún cambio, pero sabía que estaban allí.

Me puse de rodillas y vi el cuerpo de Lunaris flotando inerte, rápidamente me arrojé al agua y la llevé conmigo a la orilla pues ya no tenía mis alas.

Su corazón no latía y no habían rastros de que Solaris llegara a salvarla, no sabia si funcionaría, pero comencé a presionar su pecho, justo encima del corazón. Licomory me había enseñado a hacer esto cuando era joven, pero no estaba funcionando.

Comencé a desesperarme en gran manera porque no abría los ojos ni botaba el agua que había tragado.

Tomé su cintura y la senté con la esperanza de que sirviera para algo, no sé para qué, pero tenía que ayudar en algo.

Ni siquiera podía rezarle a alguien porque era mi diosa la que estaba en mis brazos.

Entonces sentí mis lágrimas desesperadas y dije lo único que se me ocurrió para no perder a nadie más.

—Solaris, por favor.

Si él no venía por cuenta propia, yo lo llamaría y si todavía estaba atado a servirle a los humanos tenía que venir, pero eso no pasó.

Entonces segundos después la luz dorada del sol alumbró en la oscuridad y me cegó, cerré los ojos para que no se dañaran y alguien me empujó con mucha fuerza provocando que me alejara de Solaris, mi espalda golpeó una piedra o algo y el dolor recorrió todo mi cuerpo. Abrí los ojos y llevé mi mano a la zona afectada por el golpe; no estaba en la fosa, era el árbol de Lunaris.

La busqué con la mirada y estaba en los brazos de Solaris, que era de un tamaño más humano, pero aún así era un poco más grande que la diosa.

—¡¿Qué hiciste?!— gritó en mi dirección.

—Yo no...— titubié, pero luego lo miré a los ojos y recordé a quién tenía en frente—. ¡Sálvala!

Cambió de expresión, como si recién entendiera que podía hacerlo, que podía devolverle la vida a la diosa en sus brazos, su enemiga, su ex amor.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora