17| Una idea arriesgada

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Nada estaba bien.

Las cenizas cubrían todo, el suelo estaba carbonizado y el cielo completamente gris. El terreno quemado se extendía por grandes distancias y árboles; árboles más pequeños que le pertenecían a los dioses de la noche.

Caminé sin dudarlo hacía el árbol más grande, este estaba seco, no había agua, solo cenizas y humo. Tampoco había rastros de los dioses, en específico de Solaris, pero aún así avancé con precaución.

Al llegar al árbol que supuse era de mi madre por su tamaño, me armé de valor para hablar. Nadie sentía mi presencia, pero sí podían escucharme y lo último que quería era que Solaris me encontrara.

—Lunaris— susurré, pero no tuve respuesta—. Madre— volví a intentar.

Entonces vi que el tronco del árbol tenía un hueco y me acerqué rápidamente al ver lo que había dentro.

Era como si las raíces no existieran porque solo había un pozo sin fondo y ella estaba colgando del borde. No era grande como la diosa Maia, ni parecía una diosa, sus venas brillaban como el fuego vivo y sus ojos estaban completamente negros, como la piel alrededor de estos.

No tardé en arrodillarme y agarrar sus manos para ponerla a salvo, pero su piel estaba demasiado caliente, al grado de dejar roja mi piel.

—Vete, hijo mío— pidió—. Tienes una guerra que ganar.

—No sin ti.

Dije mientras rasgaba mi camisa para cubrir mis manos y sacarla de allí.

—Puedes vencerlos a todos si desentierras el pasado.

—No estoy de humor para tus acertijos y tú tampoco deberías— la reproché y ella solo sonrió.

La tomé de las manos y aunque el calor era intenso, no me quemé tan rápido. Tiré de ella hacia mí pero era muy pesada, como si su cuerpo estuviera hecho de piedras.

—Zahiredd, te estaba esperando— dijo una voz gruesa que nunca antes había escuchado.

No me volteé para ver quién era porque la luz que me rodeó fue suficiente para saber que atrás de mí estaba el dios del sol.

—Me alegra que decidieras ayudar a Lunaris, así puedo matarte yo y no la inepta que tengo como favorita.

Hice un esfuerzo por contener la sonrisa que amenazaba con formarse y juro que Lunaris me regañó con la mirada a pesar de su situación.

No me reía de que un dios quisiera matarme, sino de cómo le dijo a Sidrajes. Al parecer su amado dios tampoco la apreciaba demasiado.

—No pierdas tiempo, de ella me encargaré yo.

Dijo y usé todo mi cuerpo para inclinarme hacía atrás y sacar a la diosa de ese vacío oscuro, pero entonces mis manos se quemaron y la solté por pura inercia, Lunaris cerró los ojos y no trató de agarrarse, solo se dejó caer a la oscuridad, como si eso hubiera estado esperando desde el principio. En cuestión de segundos la tierra se hundió provocando que me arrastrara para alejarme del peligro, pero choqué con otro aún más grande.

Su piel era caliente, la mía helada, él era gigante, yo no. Me puse de pie lentamente y me alejé lo suficiente para no tener que subir tanto la cabeza. Prefería estar al borde del vacío que cerca de él.

Solaris era más grande que Maia, tenía la piel bronceada, sus cabellos y ojos eran dorados. Se podía ver a kilómetros que era un dios, pero todo su ser emitía oleadas de cansancio y... tristeza, en vez del poder que se suponía que debía inundar tus sentidos, eso no cuadraba en él. No podía entenderlo.

El retorno del Rey [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora