La oficina

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Cada mañana, el despertador suena puntualmente a las 6:00, anunciando el inicio de otro día lleno de aburrimiento y responsabilidades en su trabajo de oficina. Jack Conway abre los ojos al instante, repugnándose ante la alarma que aún suena mientras observa el techo intentando juntar las fuerzas necesarias para mover cualquier músculo y acabar con el desagradable ruido. Afuera, la oscuridad aún cubría las calles mientras, adormilado, se levanta de la cama y se dirige al baño para arreglarse. La lúgubre habitación apenas se ve iluminada por la tenue luz de los faroles que se colaba por las rendijas de las cortinas. Sus movimientos son mecánicos, se viste rápidamente en las penumbras, eligiendo siempre la misma combinación de camisa y pantalón.
Para Jack Conway el tiempo era un lujo que no podía permitirse, por lo que su desayuno consistía en algo rápido y poco apetitoso. Tomaba una taza de café instantáneo, apenas caliente, y se comía una barra energética mientras revisaba rápidamente su teléfono para ver los mensajes y las noticias del día. El sabor amargo del café y la textura seca de la barra apenas eran notados por Conway, quien estaba absorto en sus pensamientos sobre la rutina que le esperaba en la oficina. El aburrimiento se instalaba en su mente incluso antes de empezar el día, anticipando las tareas tediosas y la falta de emoción que lo esperaban.
Con el estómago apenas satisfecho, sale de su casa adentrándose en las calles meticulosamente diseñadas de la ciudad. Sus amplias avenidas bordeadas de árboles y aceras impecables resaltan sutilmente el paisaje. Los edificios son una mezcla perfecta de arquitectura moderna y clásica, con fachadas de cristal reluciente y detalles arquitectónicos que muestran la rica historia de la ciudad, en cuyo centro se alzan majestuosos rascacielos que desafían las nubes, creando un horizonte impresionante que se puede admirar desde cualquier punto de la ciudad. Sin embargo, Jack Conway llevaba mucho tiempo viviendo en Los Santos, siendo totalmente inmune a su gracia y belleza. Para él, el panorama ya no era más que una parte rutinaria de su vida diaria, una postal constante que había perdido su encanto.
Ya no prestaba atención a los magníficos rascacielos ni a los parques llenos de flores y árboles. Su mirada se había vuelto indiferente ante los murales artísticos que adornaban las calles y las esculturas que se encontraban en las plazas.
Para él no era más que un paisaje monótono y aburrido. Sus paseos diarios por las calles se habían vuelto mecánicos y sin emoción mientras camina hacia la parada del metro, donde esperaba junto a otros rostros cansados y resignados.
El tiempo de espera siempre se hacía eterno, pero era una parte ancestral en su rutina, al igual que su andén habitual en la línea 14 del metro. Era importante para él sentarse en el mismo lugar todos los días, cerca de la ventana. Esa pequeña rutina le ayudaba a evitar el aburrimiento y la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable, aunque el trayecto en metro siempre sea igual: asientos incómodos, vidrios empañados y el sonido constante del motor. A menudo, Conway miraba por la ventana sin realmente ver lo que pasaba afuera. Su mente estaba atrapada en un bucle de pensamientos repetitivos, mientras el paisaje urbano se desvanecía ante sus ojos.
Cada día, la línea 14 se llena de ruido y agitación. Las voces de los pasajeros, el sonido de los anuncios y el chirrido de las ruedas del tren se mezclaban en un caos ensordecedor.
Conway a menudo elige sumergirse en sus informes del día en lugar de prestar atención al vorágine diario. Hojas de papel llenas de números, gráficos y datos se convertían en su refugio. Cada línea y cada cifra eran un escape momentáneo de la realidad aburrida que lo rodeaba.
A pesar del ruido y la aglomeración del metro, encontraba cierta paz en su pequeño rincón. Allí, rodeado de extraños que compartían el mismo destino, se sentía parte de algo más grande. Aunque la rutina seguía siendo abrumadora, al menos tenía algo en lo que concentrarse y escapar del aburrimiento.
Es evidente que Jack Conway estaba acostumbrado al agotador ir y venir. Como cada día, sube al metro en el segundo exacto en que las puertas se abren y toma asiento en su conocido sitio. Sin embargo, por un instante algo llama su atención.
Al mirar a su alrededor una última vez antes de sumergirse en su móvil logra apreciar a un hombre entrar tranquilamente antes de que las puertas se cierren. Su cabello rubio y sus ojos azules destacan en la multitud, era un hombre muy agraciado resaltando además por una vieja guitarra que llevaba en la espalda.
Jack Conway siempre pecó de ser una persona curiosa, observó cómo el hombre se acomodaba en un rincón y comenzaba a afinar su guitarra con destreza.
Intrigado por esta nueva adición a su rutina diaria, no pudo evitar sentir una mezcla de interés y molestia. La música en el metro era algo completamente nuevo para él, y rompía con la monotonía a la que estaba acostumbrado. No esperaba ni quería encontrarse un espectáculo al inicio de su día. Sin embargo, el hombre ya había comenzado a tocar, los acordes de la guitarra llenaban el vagón, atrayendo la atención de todos los pasajeros.
Las miradas se dirigían hacia el músico y, poco a poco, un aire de emoción y alegría se apoderaba del metro. La monotonía se rompía momentáneamente, y la música se convertía en el centro de atención. La gente sonreía, algunos incluso se animaban a cantar o aplaudir al ritmo de la melodía.
Sin embargo, esa alegría compartida no era algo que Conway disfrutara. Para él, esta nueva adición era solo otra distracción en su ya aburrida rutina, un bullicio extra en sus oídos. La música, en lugar de ser un escape, era una molestia adicional que rompía su uniformidad y lo sacaba de su zona de confort convirtiéndose en una desagradable amenaza.
Con un suspiro de fastidio intentaba concentrarse en sus informes del día, perderse en su móvil o simplemente mirar por la ventana contando los segundos pasados, pero el sonido de la música y la efusividad de los demás pasajeros eran una distracción constante. No podía evitar sentir fastidio hacia aquel músico que había logrado captar la atención y el aprecio de todos en el vagón en tan solo un instante.
A medida que el metro avanzaba y la música llenaba el ambiente, Conway se desesperaba. Su reacción era más que solo molestia. En realidad, sentía una especie de enojo hacia el músico y hacia sí mismo por no poder disfrutar del momento como los demás.
Esa mañana en el metro se volvió especialmente tediosa, cada minuto transcurrido pesaba en su cansancio dejándolo inmediatamente con una sensación de fastidio y agotamiento que persistió durante todo el espectáculo hasta el segundo en que el músico bajo su guitarra y con una sonrisa se presentó ante la gente que se reunía a su alrededor, atraídos por la melodía y el hombre en sí.
"Toni Gambino" lo escuchó decir. Italiano, de Venecia, incluso su voz le parecía desagradable.
El metro finalmente se detuvo dándole a Conway un momento para soltar la respiración que contuvo inconscientemente al intentar concentrarse en sus asuntos en lugar de enviarle miradas cargadas de fastidio al músico.
Casi saltó del vagón en cuanto las puertas se abrieron, aún sintiéndose molesto por la interrupción de su rutina. El sonido de las pisadas dejando atrás el subterráneo era la única melodía que deseaba escuchar. Miró a su alrededor intentando encontrar su camino entre la gente que iba y venía dejando el subterráneo atrás, hasta que en un momento dado, su mirada se cruzó con la del Italiano.
Se observaron por nada más que un instante. El músico le dedico una sonrisa, él se dedicó a rodar los ojos y seguir su camino intentando olvidar el desagradable viaje que había pasado.
La oficina de Mission Row estaba cerca. Caminó hacia su lugar de trabajo con pasos más pesados de lo habitual, sintiendo un agotamiento que parecía pesarle más ese día.
Las enormes puertas giratorias lo recibieron a medida que se sumergía en aquel conocido espacio. La oficina estaba sumida en una atmósfera grisácea, donde los oficinistas elegantemente vestidos deambulaban de un lado a otro con papeles en sus manos. El aire estaba impregnado de un silencio tenso, interrumpido solamente por el suave murmullo de las conversaciones y el roce de los zapatos contra el suelo. El ambiente era frenesí constante de la vida en la oficina, donde cada persona estaba inmersa en sus propias tareas y responsabilidades, creando un paisaje de movimiento constante.
Jack Conway se sentó en su lugar de trabajo habitual, rodeado por las paredes monocromáticas de su puesto. Mientras se preparaba para comenzar sus tareas diarias, sintió un profundo cansancio al observar lo opaco y sin vida que era su entorno. El color gris de las paredes parecía absorber la energía y la creatividad, creando una sensación abrumadora de cansancio y desmotivación. A pesar de su determinación para enfrentar las tareas del día, se sentía como si estuviera luchando contra una corriente que constantemente lo arrastraba hacia la apatía, una sombra imposible de combatir.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora