Resignación

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Jack Conway avanza con paso firme, el eco de sus pisadas resonando en las solitarias calles. El aire frío le corta el rostro, haciendo que su aliento se condense en pequeñas nubes blancas que se desvanecen rápidamente. Las hojas secas crujen bajo sus pies, recordándole que el otoño está llegando a su fin y el invierno se acerca implacable.
Las luces de las farolas parpadean débilmente, proyectando sombras en las paredes de los edificios. Conway sonríe al sentirse como si estuviera en un escenario de teatro, donde cada sombra es un personaje invisible observando su camino hacia la estación del metro.
El silencio se ve interrumpido de vez en cuando por el lejano sonido de un coche que pasa a toda velocidad o por el ladrido lejano de un perro solitario. Conway se siente parte de un mundo en pausa, donde todo está suspendido en el tiempo y el espacio, excepto él y su afán de llegar a su destino.
A medida que se acerca a la estación del metro, siente el calor que emana de las luces y el sonido distante de los trenes que llegan y parten. Sabe que pronto estará inmerso en la rutina frenética de la ciudad, pero por ahora, en este momento antes del amanecer, se permite detenerse y apreciar la belleza efímera de la oscuridad y el frío en esta mañana de noviembre que se desvanece lentamente en diciembre.
Cuando llega a la estación no puede evitar sentirse ligeramente tenso. Se acomoda en su asiento de la línea catorce, sintiendo el frío del metal a través de sus prendas. La estación parece más silenciosa de lo habitual, con pocos pasajeros dispersos por los andenes y el eco de sus pasos resonando en los túneles vacíos.
Con las manos entumecidas por el frío, las frota con fuerza entre sí, tratando de generar un poco de calor que le reconforte, su aliento creando nubes en el vidrio, difuminando la vista de las personas que pasan velozmente intentando llegar a su destino.
A través de la ventana, observa las luces parpadeantes de las estaciones que se suceden una tras otra, como destellos fugaces en la oscuridad. El vaivén del metro lo mece suavemente, creando una sensación de calma en medio del bullicio de la ciudad que se despierta lentamente a su alrededor.
Mientras el metro avanza en su recorrido, Conway se sumerge en sus pensamientos, dejando que la monotonía del trayecto lo envuelva en una especie de trance. Por un instante, se olvida del frío, de la prisa y de las preocupaciones cotidianas, y se deja llevar por la melodía rítmica de los raíles, el suave murmullo de los pasajeros que lo rodean y el súbito sonido de una guitarra.
Uno, due, tre.
Escucha a lo lejos una voz conocida. Su postura se vuelve tensa y pasa energéticamente sus manos por su rostro. Duda por un instante si lo que siente es resignación o un continuo fastidio por el italiano. No consigue saber que emoción predomina. Sin embargo, no está dispuesto a darle más vueltas.
Sus ojos se clavan en la figura familiar que parece ocupar siempre el mismo lugar, sin importar la hora cada mañana. Apoya su rostro en una de sus manos, aburrido y cansado de la situación que se repite día tras día. Observa al músico con una mezcla de indiferencia y agotamiento, preguntándose si alguna vez podrá escapar de este encuentro incómodo que parece inevitable en cada viaje en el metro.
Conway siente la pesadez de la rutina y la monotonía, la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de roces y miradas furtivas. Se pregunta si vale la pena seguir luchando contra esta molestia persistente o si es más sensato resignarse y aceptar que esta persona será una presencia constante en su vida diaria.
Demasiado cansado para pelear, cierra los ojos por un instante, buscando un respiro en medio de la incomodidad que lo rodea en el interior del metro. Una sensación de agotamiento lo invade, mezclada con un dejo de resignación ante lo inevitable. Por ahora, solo le queda soportar y seguir adelante, esperando que algún día la situación cambie o se resuelva por sí sola.
Desvía su mirada hacia la ventana. En esta ocasión, el músico está cantando suavemente mientras toca la guitarra, cada nota está en sintonía con la quietud de aquel miércoles. La melodía suave llena el vagón del metro, atrayendo nuevamente la atención de los pasajeros a su alrededor.
A pesar de la belleza de la música y la atención que recibe, Conway elige ignorar completamente a Toni, sintiendo un profundo fastidio por su presencia en su vida diaria. Cada acorde de la guitarra resuena en sus oídos como un recordatorio desagradable de la situación incómoda en la que se encuentra, sin poder escapar de la presencia del Italiano que parece seguirlo cada mañana.
Mientras la melodía continúa, se sumerge en sus propios pensamientos, bloqueando conscientemente cualquier intento de conmoverlo o de cambiar su percepción sobre la situación. Se aferra a su indiferencia como un escudo, tratando de mantenerse distante y ajeno a la música que llena el espacio entre ellos.
A medida que el metro avanza por los túneles subterráneos, Conway se sumerge en un silencio interno, tratando de encontrar un resquicio de paz. Ignorar al Italiano se convierte en su refugio momentáneo, una forma de protegerse del disgusto que lo acompañan en cada encuentro hasta llegar a su destino.
El metro se detiene finalmente y ambos, Jack Conway y Toni Gambino, se preparan para bajar. Es una situación desagradable para el oficinista encontrarse juntos en la puerta, compartiendo un breve espacio antes de salir al andén abarrotado de gente.
A pesar de sus intentos por mantenerse distante y ajeno, Conway siente una extraña fuerza en su molestia que lo impulsa a intercambiar unas palabras con el músico buscando de alguna forma aliviar su propia tensión.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora