Una mesa para dos

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Jack Conway se removió cómodamente entre las sábanas. El algodón de la tela le invitaba a disfrutar de su tiempo restante de sueño como un rey, una invitación que de ninguna forma iba a rechazar. Al menos, hasta que, contra su voluntad, sus ojos se abrieron con pereza. Su idea definitivamente no era levantarse a las 9 de la mañana en su día libre; había configurado la alarma para las 10. Sin embargo, algo había perturbado su sueño.

Miró a su costado. El reloj digital en la mesita de noche marcaba las 9:43. Demasiado temprano como para que su alarma sonara. Se frotó los ojos y se incorporó, tratando de recordar si había dejado alguna ventana abierta. Pero no, todo estaba cerrado. La habitación estaba en silencio, excepto por el crujir de su cama ante el movimiento.
Se tapó el rostro con las manos en un gesto de exasperación, sin tener clara la razón de su no programado despertar.
Soltó un suspiro esperando a que sus sentidos se ajusten a los estímulos de la mañana, y en cuanto lo hicieron, lo escuchó: ruidos provenientes del salón de su casa.
Asumiendo que se trataba de una visita express de Gustabo, tomó su móvil y se deslizó fuera de la cama sin molestarse en ponerse las zapatillas. El suelo estaba frío bajo sus pies mientras avanzaba por el pasillo. Esperaba encontrarse a su hijo viendo la televisión, totalmente extendido con los zapatos sobre el sofá como si fuera suyo. Más, a medida que se acercaba al destino, comenzaba a reconocer no solo una voz. Con cautela, se asomó, sintiendo como la paz que las sábanas le habían brindado anteriormente se disipó al ver la imagen frente a él:
Freddy, con el cabello revuelto, la ropa desordenada y una sonrisa traviesa, tenía una guerra naval con Gustabo en el sofá. Empujaba su rostro con el pie, intentando alejarlo lo máximo posible del teléfono que tenía prisionero en una de sus manos mientras con la otra sostenía la pierna del rubio buscando minimizar sus ataques. Gustabo, por su parte, forcejeaba, tratando de liberarse en búsqueda del móvil que le había sido arrebatado. Sus risas y quejas bajas (Asume que para no perturbar su ya perturbado sueño), resonaban en la habitación.
Isidoro, por otro lado se interponía entre ellos. Sus brazos extendidos, sin hacer ningún esfuerzo real por parar aquella pelea digna de cuadrilátero.

-Vaya mañana de mierda.

Freddy se giró hacia Conway, su expresión de niño travieso transformándose en sorpresa -¿Qué pasa neno?, pensé que te ibas a levantar más tarde, ya sabes, por tu día libre y eso -Dijo, tratando la situación de forma completamente natural.

El sofá individual en la sala de estar parecía la opción más cómoda para sentarse. Conway se dejó caer en él y encendió la televisión. Aún medio adormilado, se frotó los ojos y bostezó.

-Claro que me iba a despertar más tarde -Aclaró estirándose en el asiento -Pero unos ruidos muy desagradables perturbaron mi sueño.

-Perdona por eso -Se disculpó Freddy, bajando la guardia. Gustabo, aprovechando la distracción se abalanzó sobre él finalmente arrebatándole el celular -¡Es que el Gustabiño este no nos quiere dejar su móvil! -Se quejó, apuntando acusadoramente al teléfono que el rubio abrazaba como su tesoro más preciado.

-Es mi privacidad, hombre. ¡Aparta! - replicó Gustabo, apartando a Freddy con una última patada antes de incorporarse.

Isidoro por su parte, se apoyó en el respaldo del sofá y negó con la cabeza -Ya te digo, ese teléfono no se lo vas a quitar -Aseguró.

-Pero somos una piña, Gustabiño, no existe privacidad entre nosotros, somos uno -Debatió Freddy mirando a Isidoro en búsqueda de aprobación.

Conway frunció el ceño -Parece que hablan mucho de 'privacidad esto, privacidad lo otro' -Murmuró apagando la televisión para centrar su atención en los intrusos -Pero yo aquí tengo a tres personas en mi casa que no invité.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora