Una afronta personal

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Jack Conway se sienta en el mismo lugar de siempre, observando a las personas a su alrededor. Sus rostros cansados reflejaban la carga de la rutina, perdidos en sus propios pensamientos. Siempre se encuentra con el mismo mundo donde las personas se convierten en una masa de uniformidad, sin emoción ni individualidad.
El traqueteo constante del metro se convertía en el telón de fondo de su existencia. Las ruedas sobre los rieles creaban una sinfonía monótona que se mezclaba con los murmullos de las conversaciones y el sonido de los teléfonos móviles. Todo se volvía un eco lejano, apenas perceptible para él.
El aburrimiento se instalaba en su ser, erosionando su ánimo y su concentración. Intentaba avanzar en los informes que le habían quedado pendientes, pero su mente se perdía en un mar de pensamientos difusos. La falta de estímulos externos lo sumía en una apatía profunda, como si la vida misma se desvaneciera.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, tenía claro que debía continuar. A pesar del aburrimiento y la monotonía, su trabajo tenía un propósito y él se aferraba a ello.
Entre suspiros se esforzaba por avanzar en su labor, hasta el instante en que una melodía comenzó a resonar en el vagón del metro. Era el sonido de una guitarra haciendo que al instante, el ambiente se llenara de vítores y aplausos, mientras los pasajeros se dejaban llevar por la música.
Conway ya estaba acostumbrado a la misma situación cada día. Sin embargo, hoy más que nunca, sentía como si esa melodía fuera un golpe directo a su concentración. La impaciencia se apoderó de él, sintiendo cómo sus pensamientos se desvanecían en medio de ese ambiente festivo. Quería ignorar el sonido y enfocarse en su labor, pero le resultaba inútil.
Cada nota de la guitarra era como una distracción que lo alejaba de su objetivo. Sentía cómo la música invadía su mente y entorpecía su capacidad de concentrarse. El fastidio crecía dentro de él, alimentado por la frustración de no poder bloquear ese sonido y seguir adelante con su trabajo.
A pesar de su molestia, Conway se esforzaba por mantener el control. Sabía que explotar contra el músico no solucionaría nada y solo empeoraría la situación. Respiró profundamente e intentó encontrar un punto de calma dentro de sí mismo, recordando que debía ser paciente, el Italiano no tenía la culpa de sus problemas.
En lugar de dejarse llevar por la ira, intentó encontrar una manera de convivir con la música. Aceptó que no podía controlar las circunstancias externas, pero sí podía controlar su reacción ante ellas.
A medida que se repetía estas reflexiones, que ni él se creía, logró encontrar una pequeña, muy pequeña paz interior. Aceptó que la música formaba parte de su entorno y que no podía hacer mucho al respecto.
Aunque todavía sentía fastidio por la interrupción en su concentración, decidió no dejar que eso arruinara su día una vez más. Se aferró a su determinación de seguir adelante con su trabajo, a pesar de las distracciones. Con un profundo suspiro de resignación, canalizó su energía hacia su labor. Sin embargo, a los pocos minutos, se dio cuenta de que Dios al fin había escuchado sus plegarias. El músico había terminado de tocar antes de lo habitual y aunque la melodía había sido breve, fue bien recibida por los pasajeros, quienes aplaudieron y mostraron su aprecio. Conway observó extrañado cómo el músico paseaba con parsimonia por el pasillo del metro hasta quedar sentado frente a él, apoyando sus brazos sobre la guitarra y descansando la cabeza sobre ellos.
Inevitablemente su mirada se encontró con la de Toni, quien lo observaba en silencio con una sonrisa y una expresión de curiosidad. El músico ladeó levemente la cabeza, como si estuviera tratando de entender algo. Conway, sin embargo, rodó los ojos y volvió a concentrarse en sus informes, intentando ignorar al Italiano.
Poco duró su tranquilidad. Apenas unos segundos después, una bolita de papel cayó suavemente a sus pies. Extrañado, levantó la mirada y vio al músico voltear rápidamente, como si no tuviera idea de cómo había llegado allí la bolita. Conway frunció el ceño, pero el músico no dejaba de sonreír.
Sin pensarlo dos veces, pateó la bola de papel de vuelta hacia el músico con una expresión de desafío. Para su sorpresa, Toni respondió rápidamente pateando el papel de vuelta hacia él con una sonrisa juguetona en el rostro. Era una especie de juego silencioso, una forma de comunicación sin palabras entre ellos.
La bolita continuó moviéndose de un extremo a otro del vagón del metro. A medida que el juego continuaba, Conway comenzó a sentir una especie de rivalidad personal con el músico. Aunque el Italiano parecía disfrutar de la situación y se divertía, Conway se sentía cada vez más frustrado por no poder ganarle en ese juego infantil. La competencia se apoderaba de él, y su objetivo parecía ser fastidiar al músico y demostrarle que podía vencerlo.
Se encontraba totalmente concentrado, tanto así, que cuando el metro se detuvo en una estación y las puertas se abrieron, no se dio cuenta de su parada. Estaba tan inmerso en el juego que perdió la noción del tiempo y del lugar. Estuvo a punto de intercambiar algunas palabras de desaliento con el músico, con la intención de fastidiarlo y mostrarle su frustración.
Pero antes de que pudiera abrir la boca, vio a Toni bajar del metro con una guiñada de ojo, como si estuviera despidiéndose de él de forma juguetona. Las puertas se cerraron rápidamente, dejando a Conway dentro del vagón, molesto y frustrado.
Había caído en el juego del músico y había perdido la oportunidad de tener un intercambio más significativo con él.
Sin embargo, había algo que lo molestaba aún más.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora