Cada día puede ser igual

151 17 0
                                    

Las puertas se abrieron con su sonido característico y Jack Conway encontró su puesto habitual cerca de la ventana. Sacó sus informes, una pila de papeles aburridos que debía revisar para el día.
Mientras se acomodaba en su asiento, no pudo evitar sentir un profundo aburrimiento. El monótono traqueteo del metro y la vista repetitiva de túneles oscuros no hacían más que aumentar su sensación de tedio. Observaba a las personas que entraban y salían en cada estación: un anciano con un bastón, una joven con auriculares, un niño con su mochila escolar. Todos parecían tener un propósito, una prisa que él no compartía.
A menudo se preguntaba qué historias se escondían detrás de esas caras desconocidas. Sin embargo, su mente volvía una y otra vez a los informes frente a él, llenos de números y palabras que parecían no tener fin.
En algún momento de su contemplación, una mujer de mediana edad se sentó a su lado. Llevaba un libro en la mano y una sonrisa amable en el rostro. Conway apenas la notó al principio, pero pronto se vio atraído por su presencia tranquila y serena. La mujer comenzó a leer su libro con atención, sumergiéndose en sus páginas con una expresión de deleite.
No pudo evitar sentir una leve envidia hacia la mujer. Se preguntaba si alguna vez había perdido la capacidad de encontrar placer en las cosas simples y cotidianas.
A medida que la gente subía, se dio cuenta de que la mujer no era la única que parecía encontrar alegría en el viaje. Observó a un grupo de amigos que se reían juntos y a una pareja de ancianos que se tomaba de la mano con ternura. Todas estas personas le evocaban distintas emociones. Sin embargo, la tranquilidad no suele durar.
Entre el mar de rostros pudo reconocer uno especialmente molesto. Sus ojos azules, su cabello dorado y su vieja guitarra lo mantuvo perplejo por un instante.
"No me jodas que viene de nuevo" Pensó.
El metro comenzó a avanzar lentamente por los túneles subterráneos. Conway vio al músico nuevamente afinar las cuerdas con destreza, preparándose para tocar una melodía que rompería el silencio monótono del vagón.
No podía evitar sentirse incluso más fastidiado y molesto por la presencia del músico. Cerró los ojos con resignación, anticipando el sonido estridente y, a su parecer, discordante que estaba a punto de invadir sus oídos.
El músico comenzó a tocar su guitarra, arrancando acordes vibrantes y melodías. De vez en cuando, su suave voz resonaba en el vagón, atrapando la atención de los pasajeros que antes parecían absortos en sus propios pensamientos. La música volvió a llenar el espacio con una energía vibrante y una belleza inesperada.
A pesar de sí mismo, Conway se negaba rotundamente a prestar atención a la música. Sus notas parecían penetrar en su cabeza de forma desagradable, mientras que en otras personas despertaba emociones enterradas bajo la losa del aburrimiento y la rutina.
Con cada acorde y cada estrofa, Conway se sentía al borde de saltar del metro, lejos del músico y de la gente que se juntaba a proferir vítores ante su melodía. Se permitió sumergirse en sus informes, dejando que lo transportaran a un lugar de calma y serenidad que no consiguió. El vagón del metro se convirtió en un escenario improvisado donde la música y el arte se fusionaban con la cotidianidad de la vida, pero para Conway no era más que una falta de respeto y una razón más para dejar su mal humor fluir.
Al finalizar la canción, el músico sonrió agradecido a los pasajeros recibiendo varias monedas como muestra de aprecio. Sus miradas volvieron a cruzarse y como la primera vez Toni le observó con curiosidad mientras Conway lo rechazaba, rindiéndose ante su esfuerzo por completar los informes y sumergiéndose en su móvil el resto del viaje con un sabor amargo en la boca digno de su descontento.
En cuanto el metro se detuvo fue el primero en bajar prácticamente corriendo. No volteó temiendo encontrarse con la desagradable silueta del Italiano. Sus pasos eran pesados y apresurados hacia su oficina. Su rostro reflejaba claramente su estado de ánimo: estaba molesto y agobiado. Cada paso que daba parecía cargar con el peso de sus preocupaciones, y su semblante era un claro reflejo de su frustración.
A medida que avanzaba por la calle, la gente a su alrededor parecía intuir su irritación y se apartaba a su paso. Evitaban el contacto visual y se mantenían a una distancia prudencial, como si temieran ser arrastrados por la corriente de negatividad que emanaba de él. Todo su entorno parecía afectado por su malhumor, y el ambiente a su alrededor se volvía tenso y opresivo.
Aquel día Conway se sentía fastidiado por todo. Ver al músico era una pequeña molestia cotidiana que se había acumulado en su mente, formando una nube oscura que lo envolvía por completo. Ni él mismo lograba comprender la raíz de su descontento, lo único que tenía claro es que detestaba aquel nuevo cambio en su rutina.
Por otro lado, estaba cansado de lidiar con problemas en el trabajo, de las exigencias constantes de su jefe, de las interminables reuniones que parecían no llevar a ninguna parte. Quizá solo estaba desquitando toda su carga en el músico, pero no es un pensamiento en el que quisiera ahondar.
Cada paso que daba hacia su oficina parecía aumentar su sensación de malestar. Odiaba el ruido y el bullicio de la ciudad, el tráfico interminable que retrasaba su camino, las miradas vacías de las personas que pasaban a su lado sin prestarle atención, odiaba la falta de algo en su vida. Se sentía atrapado en una jaula de responsabilidades, sin posibilidad de escape.
Cuando finalmente llegó a su oficina, cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Se dejó caer en su silla, sintiendo cómo la tensión abandonaba su cuerpo poco a poco. Pero incluso en la relativa tranquilidad de su espacio de trabajo, seguía sintiendo la sombra del fastidio acechándolo.
Se levantó casi inmediatamente luego de sentarse y se dirigió a la máquina de café. No era precisamente fan del amargo sabor, pero con los años se había acostumbrado a la sensación y realmente lo necesitaba en ese instante.
Junto a la máquina Isidoro y Gustabo hablaban animadamente, no pudo evitar notar como detuvieron sus risas al momento de verlo.

El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora