II.

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La reunión del consejo estaba siendo un evento tenso y cargado de expectativas.

Los miembros del consejo se habían congregado en la sala del trono para discutir todo aquello que involucraba al reino.

En la sala del consejo, Rhaenyra Targaryen se levantó con gracia, su mirada fija en el Rey Viserys y en su vieja amiga, Alicent Hightower.

Con voz clara y segura, comenzó su propuesta:
–Padre, lords y reina, mi presencia aquí hoy es para ofrecer una solución que beneficiará a ambas partes de nuestra familia y asegurará la estabilidad del reino. –Suspiró profundamente– Propongo unir a Aegon con mi hijo Jacaerys en matrimonio.

Alicent frunció el ceño, visiblemente molesta por la propuesta.
–Rhaenyra, esta idea es absurda. No puedo permitir que mi hijo se case con el tuyo, él ya tiene un compromiso.

Rhaenyra mantuvo la compostura, su mirada desafiante.

–Su majestad, deberíamos dejar de lado nuestras diferencias por el bien de nuestra familia. Así que pensé en que esta unión fortalecerá nuestros lazos y asegurará la continuidad de la dinastía Targaryen. No existe mejor prospecto para tomar la mano del príncipe Aegon que el heredero del trono.

Alicent apretó los labios, resistiéndose internamente a aceptar la unión propuesta por Rhaenyra. No podía evitar sentir un profundo rechazo hacia la idea de unir a su hijo con un bastardo. Sin embargo, sabía que desafiar abiertamente la decisión del rey sería un acto de deslealtad que no podía permitirse.

–Mi señor, entiendo la importancia de lograr una unión entre la familia, pero no puedo consentir unir a mi hijo con el príncipe Jacaerys, puesto que ya habíamos aceptado la propuesta de los Stark– dijo, manteniendo su tono firme a pesar de la presión que sentía.

El Rey Viserys frunció el ceño, visiblemente molesto por la obstinación de su esposa.

–Reina mía, si bien ya habíamos charlado sobre una unión entre la casa Stark y la nuestra, Rhaenyra tiene razón, es más conveniente para Aegon casarse con el heredero al trono.

Alicent apretó los puños con frustración, estaba harta de que su opinión nunca fuera tomada en cuenta, que siempre fuera lo que quisiera Rhaenyra, justo como esa noche en Driftmark, cuando su hijo más pequeño perdió un ojo. Sabía que desafiar al rey sería inútil, pero no podía evitar sentir un profundo resentimiento hacia la situación en la que se encontraba.

El Rey Viserys observó a su esposa con dureza, sintiendo la tensión en el aire mientras la discusión continuaba.

Alicent apretó los labios con fuerza, luchando contra la sensación de impotencia que la embargaba.
–Pero, mi señor, ¿cómo puedo consentir en unir a mi hijo con su sobrino? ¿Qué pasaría con nuestras alianzas con otras casas?

Viserys frunció el ceño, su paciencia empezaba a agotarse.
–Alicent, esta decisión está tomada, y espero que la aceptes sin más objeciones.

Alicent bajó la mirada, sintiendo el peso de la autoridad del rey sobre ella. Sabía que no tenía más opción que aceptar, pero no pudo evitar sentirse resentida por la falta de consideración hacia sus preocupaciones.

Daemon nunca la hubiera hecho darle la mano de su hijo a un bastardo.

–Entendido, mi señor.

La decisión estaba tomada.

°°°°

Aegon estaba terminando sus deberes cuando la reina, irrumpió en su habitación con paso decidido, su rostro reflejaba una mezcla de enojo y frustración. Sin esperar saludos, solo pronunció lo que definiría su futuro.


–Te casarás con Jacaerys –Fue lo único que dijo su madre, Alicent, luego de volver de la junta del consejo con el rey Viserys, su padre.

Aegon permaneció en silencio, observando a su madre con una mezcla de incredulidad y frustración. Tratando de pensar que era una mala broma de ella.

La idea de casarse con Jacaerys, con su sobrino, era simplemente inaceptable para él. Sabía que Alicent, según tenía entendido, detestaba a los bastardos de Rhaenyra y que nunca aceptaría una unión entre ellos, entonces, ¿por qué?

–Esto debe ser una maldita broma, es totalmente absurdo esto, este matrimonio no es posible. No puedo casarme con Jacaerys, y tú lo sabes. Es uno de los bastardos de Rhaenyra –declaró Aegon con determinación, su voz resonando con firmeza en la habitación.

Alicent frunció el ceño, sintiendo la tensión en el aire mientras luchaba con su propio resentimiento hacia la propuesta de matrimonio.

–Aegon, no digas groserías –Reprendió.

–Es que, madre, esto no puede ser real, ¿qué pasó con mi matrimonio planeado con Cregan Stark? –Cuestionó recordando ese detalle.

–El rey lo ha cancelado, dijo que era más conveniente que te casaras con el heredero al trono.

–¡Yo debería ser el heredero al trono! –Grito totalmente cabreado– Incluso ese derecho me quito, madre, no quiero casarme, no con el hermano de aquel que hirió al mío –Se permitió sollozar recordando aquello– Llegue tarde ese día, madre, y ahora Aemond no tiene un ojo.

–Hijo –Murmuró mientras lo sostenia en brazos, antes de aquel suceso se había seguido llevando con Rhaenyra, y luego sucedió aquella injusticia, y perdieron todo– Aegon, escuchame bien, entiendo tus objeciones, pero debemos pensar en nuestra salvación, a veces, debemos hacer sacrificios por un bien mayor, en este caso es para nuestra supervivencia –respondió Alicent, tratando de persuadir a su hijo.

Aunque Aegon no estaba dispuesto a ceder ante la presión de su madre, era consiente de que de eso dependía que conservarán sus cabezas en sus lugares, por lo que optó por ya no decir nada, solo asintió a lo dicho por su madre. Su opinión no importaba; estaba claro que ya estaba decidido, oponerse solo sería esperar reprimendas.

Aegon dejó escapar un suspiro pesado mientras su madre abandonaba la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos tumultuosos. Se sentía atrapado en una telaraña de intrigas y resentimientos, incapaz de encontrar una salida que lo liberara de las cadenas de su destino predestinado.

Cuando eran niños, la amistad que existía entre Jacaerys y él era como la llama de un dragón recién nacido: ardiente y llena de vida. Desde temprana edad, los dos, tío y sobrino, compartían una conexión especial, forjada por su sangre Targaryen y alimentada por horas interminables de juegos y travesuras en los terrenos del castillo.

Jacaerys, con su espíritu aventurero y su risa contagiosa, siempre encontraba formas de llevar a Aegon a emocionantes expediciones por los pasillos del castillo o a través de los campos que rodeaban la fortaleza ancestral de su familia. Aegon, por su parte, admiraba la valentía y el ingenio de su sobrino, y seguía sus pasos con devoción.

Juntos, exploraban cada rincón del castillo, desde las mazmorras más oscuras hasta las torres más altas, creando recuerdos que perdurarían toda una vida. Se apoyaban mutuamente en momentos de alegría y también en tiempos de dificultad, formando un vínculo que parecía indestructible.

Aegon se sumió en un mar de resentimiento mientras recordaba los eventos que llevaron al distanciamiento entre él y Jacaerys. El recuerdo de la traición de Lucerys, hermano de Jacaerys, y el dolor que había infligido a su propio hermano, Aemond, lo llenaba de furia y amargura. Y aunque Jacaerys no había sido el responsable directo de aquel acto, su conexión con su hermano bastardo lo hacía un blanco fácil para el odio de Aegon.

Cada vez que pensaba en Jacaerys, una oleada de resentimiento y furia lo invadía, recordándole el daño que su familia había causado a la suya. No podía evitar asociar a Jacaerys con el dolor y la traición, incluso si el joven no era directamente responsable de los actos que habían llevado al desastre.

La idea de casarse con Jacaerys era como si le estuvieran diciendo que gritara “dracarys” a su dragón para que lo hiciera arder bajo su fuego. No solo significaba unirse a alguien que representaba todo lo que odiaba, sino que también lo alejaría aún más de sus propios deseos y aspiraciones. Sentía que su futuro estaba siendo moldeado por las decisiones de otros, dejándolo sin control sobre su propio destino.

Aegon anhelaba la libertad de tomar sus propias decisiones, de forjar su propio camino en el mundo, lejos de las intrigas y las rivalidades de su familia. Pero sabía que eso era solo un sueño inalcanzable, una fantasía que se desvanecía ante la dura realidad de su posición como príncipe de la Casa Targaryen.

Ámame [Jacegon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora