XXVIII

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Advertencia: Contenido +18.

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La ceremonia terminó con aplausos y vítores de los presentes, pero para Aegon, el ruido era solo un eco lejano en su mente. La realidad de su situación lo envolvía como un manto sofocante. Mientras la fiesta comenzaba a desplegarse a su alrededor, apenas podía concentrarse en lo que ocurría.

El salón se llenó de música y festejos, los nobles se dedicaron a disfrutar de los banquetes y el vino, brindando por la nueva unión. Aegon apenas tocó su copa, mientras observaba todo desde un rincón de la mesa principal. Jacaerys, sentado a su lado, parecía disfrutar de cada segundo, conversando animadamente con los invitados, pero de vez en cuando lanzaba miradas furtivas hacia Aegon, como un depredador vigilando a su presa.

Daemon se acercó a los recién casados, su mirada fija en Aegon. Le colocó una mano firme en el hombro, un gesto que, para Aegon, se sentía más como una advertencia que como una muestra de apoyo.

-Has hecho lo correcto -murmuró Daemon en voz baja-. Puede que odies esta situación, pero recuerda que es por el bien de la familia. Y el poder, Aegon, es lo único que te mantendrá a salvo.

Aegon asintió, aunque sus pensamientos estaban lejos de lo que Daemon decía. Sentía que todos los ojos estaban sobre él, juzgándolo, esperando a que cometiera un error. Su mirada se cruzó con la de Rhaenyra al otro lado del salón, quien le dedicó una leve inclinación de cabeza, pero Aegon no pudo descifrar si había en ella algún rastro de compasión.

La fiesta se prolongó durante horas, con bailes y brindis interminables. Aegon mantenía la compostura, aunque cada minuto que pasaba se sentía más atrapado. Sabía lo que vendría después. El ritual de la noche de bodas era ineludible. A medida que los invitados se sumergían más profundamente en el alcohol y la celebración, él solo quería que todo terminara.

Finalmente, llegó el momento que Aegon temía. Los músicos redujeron la velocidad de la música, y los murmullos en el salón empezaron a tomar otro tono, más íntimo y significativo. Los nobles más cercanos intercambiaban miradas, sabiendo lo que seguía en el protocolo.

Daemon fue el primero en acercarse a Jacaerys y Aegon.

-Es hora -dijo en voz baja, su tono serio pero neutral.

Aegon se levantó con la sensación de que cada movimiento era observado y juzgado. Sabía que todos estaban esperando aquel momento, el ritual que marcaría la consumación de su matrimonio. Sentía una mezcla de humillación y furia, pero también una inesperada ansiedad que lo invadía. No era la primera vez que compartía cama con alguien, pero en esta ocasión, todo era diferente.

Jacaerys había dejado claro que nadie debía interferir en ese momento. Cualquier intento de despojar a Aegon de su ropa sería castigado, y la amenaza que había lanzado resonaba en las mentes de todos. Ningún sirviente, ni siquiera los más leales, se atrevía a acercarse.

Aegon se quedó de pie junto a la cama, sintiendo cómo el peso de las expectativas caía sobre él. La estancia estaba en silencio, excepto por el crepitar de las velas que proyectaban sombras temblorosas en las paredes. Jacaerys, siempre tan calculador, se aproximó a él con una sonrisa fría, sus ojos brillando con una mezcla de posesión y desafío.

-No tienes que hacer esto más difícil de lo que ya es -dijo Jacaerys en voz baja, con un tono que Aegon no pudo interpretar del todo.

Aegon lo miró fijamente, su mandíbula tensa. No respondería a su provocación, no se permitiría parecer débil frente a él.

Jacaerys se acercó aún más, sus manos se movieron con firmeza, pero sin prisa. Aegon notó que el tacto de Jacaerys no era brusco ni apresurado, sino controlado, casi como si quisiera prolongar el momento, disfrutar de cada segundo en el que lo dominaba. Sin decir una palabra, comenzó a desatar el cinturón de Aegon, quien, inmóvil, sentía la ira arder bajo su piel.

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⏰ Última actualización: Oct 05 ⏰

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