XVI.

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Aegon no podía parar de llorar en la seguridad de su habitación, temblaba con forme soltaba hipidos.

No podría salvar a su familia, se iban a desmoronar si no los sacaba con rapidez de la Fortaleza Roja.

Helaena y Daeron estaban a salvo, lejos de la Fortaleza, lejos de todos los Targaryen y Velaryon.

Su familia se había creado en un lugar donde podrían perderse, un lugar donde verdaderamente nunca estarían a salvo.

Todo porque Otto Hightower añoraba la grandeza, prácticamente había vendido a su madre con un imbécil al que no le interesaba en lo más mínimo ella, un hombre que podría llevarla a la muerte, tal como a la reina Aemma.

Cuando cerraba los ojos solo podía tratar de imaginar una vida diferente, un mundo donde no hubiera una Rhaenyra, un Jacaerys, un Viserys o un Lucerys, cagadamente los nombres de los tres últimos terminaban igual, y eran los niños de los ojos de Viserys.

Aegon río sin sentir gracia realmente.

Estaba cansado, su cuerpo, su mente, su corazón, todo de él se sentía fatigado.

Desearía que su familia no tuviera que pasar por todo lo que vivían día a día, tal vez eran príncipes, tal vez no tenían que preocuparse por nada, solo tenían que ser bonitos y diplomáticos. Pero preferiría mil veces tener que preocuparse por el que iba a comer diario, que seguir viviendo en la farsa que lo hacía.

Aegon sentía celos de Rhaenyra, no tenía que esforzarse por nada, podía hacer y deshacer y nadie le diría nada.

Viserys le había solapado el hecho de tener bastardos, no dudaba que le solaparia a Jacaerys haber matado más de quince personas.

Personas con las que realmente no se había acostado, no se había acostado con todas, solo con dos de ellos. Las otras personas solo eran sus amigos.

Jacaerys había matado incluso a la pequeña Aly, era una maldita niña de cinco años.

Recordaba las palabras de Jacaerys.
"-Te juro que te amo, Egg, pero no puedo con la idea de que exista alguien antes de mi -Le había dicho mientras lo acariciaba"

Si tan sólo él no hubiera tenido nada que ver con todas esas personas, todas seguirían vivas.

La pequeña Aly seguiría viva.

Todos sus amigos seguirían vivos.

Y el llanto se volvió a apoderar de él, sentía asco de él mismo incluso, había permitido que esas manos manchadas de sangre lo tocaran durante los últimos meses.

Aegon se encontraba sumido en un abismo de culpa y dolor, torturado por los recuerdos de las acciones de Jacaerys.

Cada momento compartido con Jacaerys ahora parecía una traición a los que habían perdido la vida a manos del hombre que juraba amarlo. Sentía que su propia complicidad lo contaminaba, arrastrándolo a un abismo de desesperación.

La sombra de la tragedia parecía envolverlo por completo, ahogándolo en un mar de remordimientos y arrepentimiento.

Él debería distanciarse de Jacaerys y buscar justicia para aquellos que habían sido víctimas de sus acciones.

Pero no podía, no podía hacerlo.

Jacaerys era el príncipe heredero, era el niño de los ojos de Rhaenyra.

Era el príncipe perfecto, aquel al que todos adoraban.

Era muy probable que hasta su padre lo beneficiará, tal vez diría algo como "algo le debieron haber hecho"

Era débil, era tan débil, con cada lágrima derramada terminaba de confirmar eso que tanto le habia repetido su abuelo a lo largo de su vida.

Atrapado entre el deber y el cariño a aquellos que ahora habian perecido, él se encontraba en un tormento sin fin.

La lealtad a su familia y la presión lo mantendrian atado de por vida a Jacaerys, mientras que su conciencia clamaba por justicia.

Por el hecho de que sus amigos merecían ser vengados, tal vez ellos no eran nada de la realeza, pero lo habían apoyado tantas veces, todas esas veces en las que llego buscando solo consuelo cada que su abuelo lo golpeaba y su madre no hacía nada.

La sombra de la tragedia seguía acechándolo, oscureciendo su camino y nublando su juicio.

¿Cómo podría enfrentarse al hombre al que una vez llamó amigo, al príncipe que todos veneraban, y desentrañar la verdad detrás de sus acciones sin desgarrar el tejido mismo de su mundo?

Se encontraba en una encrucijada emocional, dividido entre el deseo de justicia y la lealtad hacia su antiguo amigo, hacia su ahora prometido.

La pérdida de sus amigos y el peso de la traición lo impulsaban a buscar venganza, pero el miedo a desafiar al poder y la incertidumbre sobre cómo hacerlo sin desmoronar su mundo lo mantenían paralizado.

Aegon podía jurarlo, nada volvería a ser igual con Jacaerys nunca, nunca podrían recuperar lo que una vez de niños compartieron.

Ahora miraba a Jacaerys y ya no veía rastro de su Jace, ya no se encontraba ese niño de dulce mirar que lo seguía como patito a su madre, ya no veía al niño con el que compartió momentos de felicidad y complicidad, sino a un extraño cuyas acciones eran una afrenta a todo lo que una vez representó. Se había vuelto un hombre dispuesto a matar a quien se le pusiera en el camino, había un maldito que no se tentaba el corazón, un hombre al que no conocía.

La distancia emocional entre ellos se volvía cada vez más insuperable, y Aegon se sentía atrapado en una red de recuerdos y traición.

El intento de limpiar las marcas emocionales dejadas por Jacaerys solo había resultado en más dolor y desesperación.

No iba a poder llevar una vida tranquila con Jacaerys, no iba a poder perdonar a Jacaerys nunca, no iba a poder estar con él sin perderse a sí mismo en el proceso.

Ese Jacaerys era prácticamente un desconocido para él.

Le ardía la piel, había intentado lavarse cada caricia y marca de las manos de el Velaryon.

Solo había conseguido dañarse.

Si lo pensaba bien, cada punto día estaba más cerca de su tumba, se sentía aterrorizado.

Aegon se sintió abrumado por la ansiedad y el terror, su mente atormentada por los recuerdos y las decisiones agonizantes que enfrentaba. Un mareo repentino lo abordó, seguido de un fuerte nudo en el estómago que amenazaba con estrangularlo.

Tropezó hacia adelante, luchando por mantenerse en pie mientras su respiración se volvía superficial y agitada.

El mundo parecía girar a su alrededor, distorsionando la realidad en un torbellino de angustia y desesperación. El sudor frío perlaba su frente mientras su corazón martilleaba en su pecho con una intensidad aterradora. Las manos le temblaban incontrolablemente, incapaces de encontrar algo a lo que aferrarse en medio de la tormenta que asolaba su mente.

Intentó en vano controlar la oleada de pánico que amenazaba con consumirlo por completo, pero era como luchar contra una marea furiosa que lo arrastraba hacia lo desconocido.

Cada fibra de su ser estaba al borde del colapso, y en un último esfuerzo por mantenerse a flote, Aegon se hundió de rodillas, con lágrimas y vómito mezclándose en un desgarrador espectáculo de desesperación y dolor.

Desde que su compromiso con Jacaerys se dio tenía que lidiar casi diario con esta mierda, con llegar al punto de desmoronarse.

Ámame [Jacegon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora