Capítulo 25

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Becker

La percepción de los segundos cuando todo está bien no es nada similar a cuando el mundo se te cae encima.
Una discusión de cinco minutos parece durar más que una hora de risas, chistes y caricias, y es por el impacto que causa cada una.

El tiempo, cuando las cosas van como la mierda, pasa lento y jodidamente tortuoso. Araña, deja marcas, el corazón martillea fuerte, la cabeza no se detiene.

Y, cuando todo está así de mal, te das cuenta de que, incluso cuando decías estar disfrutando cada minuto de tu feliz vida, en realidad no lo hiciste lo suficiente.

No has disfrutado de ver a la persona que más amas sonreír y desperezarse por la mañana. No eras consciente de que su risa era tu mayor motor. No valoraste la sonrisa que tiraba de tus labios al recordar lo preciosa que se veía cuando jugaba con Max en la playa.

Gasté tiempo de mi vida planeando el día perfecto para proponerle pasar el resto de su vida conmigo.
Imaginé mil veces el momento en que me pusiera en una rodilla frente a ella y abriera la caja aterciopelada de color negro... Esa que contiene el anillo que una vez Richard le dio a Rachel, con una esmeralda idéntica al color de los ojos de Aria. El anillo que hice reducir un poco de tamaño para que le fuera perfecto.

Es que, como imbécil, esperé exactamente al día en que nos conocimos... Poco más de dos meses después de decirle que iba a proponérselo en un futuro cercano, esa vez después de la boda de Luca, porque me relajé. Porque naturalicé la felicidad, incluso después de tenerla alejada de mí por tanto tiempo.

Porque todavía no había comprendido lo fina que es la línea que separa al cielo del infierno.

Cuando volvió me prometí a mí mismo no volver a perderla... Y ahora aquí estoy.
No voy a soltarla. No lo haré. No de nuevo.

—Creo que está herida, hermano. Déjame verla... Suéltala, por favor.

—¡Llamen a una puta ambulancia!

—No. ¡No! —rujo y la abrazo por los hombros, pegándola a mi pecho—. ¡No la toques! No.

—Joder. Joder, ¡llamen a una ambulancia ya!

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Aria

Veinticuatro horas antes.

—Tiene feo olor —me dijo, frunciendo el ceño.

—Claro que no.

—Te lo juro, Millie —acercó el cono de helado a mi cara—. Huele. Creo que se ha puesto malo, o algo.

—Es imposible que se haya... —comenzaba a decir, mientras aproximaba la cara la crema blanca, y de pronto me encontré con la nariz y los labios llenos de helado, porque me dio un toquecito con él. Abrí la boca, indignada. Él estalló en carcajadas—. ¡Eres un traidor!

—Joder, lo siento, lo siento —mintió, claramente, porque no paraba de reírse—. Tenía que hacerlo.

Apreté una mano en su camiseta, lo obligué a descender y me froté contra su cara, pero sólo logré hacerlo reír más.
Así, pegoteados como estábamos, comenzó a darme besos, tan divertido.

—No puedo confiar en ti —protesté, aunque sonreía.

—Ya está. Prometo no hacer nada más que te haga enfadar... Por hoy.

—Por la próxima hora, querrás decir —lo corregí, limpiándome con una servilleta de papel—. Todavía faltan cinco horas para que acabe el día.

Quizás Fue Un Acierto #2 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora