Capítulo 15

667 43 169
                                    

Becker

"¿Sabes qué es lo malo de las supernovas, Liam? Que muchas acaban en agujeros negros".

Me incorporo a la carretera. El viento es frío y muchos árboles ya han perdido todas las hojas. Los únicos que se mantienen firmes y vivos son los pinos, sobreviviendo al mal tiempo como campeones.
Las hojas, marrones y secas, vuelan por el piso y se agitan un poco más cuando paso a toda velocidad.

No sé por qué había vendido mi moto, pero cuando vi esta Ducati negra en la cristalera de un concesionario, me dije: "Tengo la pasta, ¿no? Pues a la mierda".
Así que simplemente entré y la compré.
Joder que no me arrepiento.

Necesitaba esto. Que el viento me golpease en todas partes, oír el ronroneo del motor, vibrar, acompañar los movimientos con el cuerpo.

Apenas me adentro en el pueblo, me detengo frente a la luz de un semáforo y yergo la espalda. Muevo el cuello hacia un lado, luego hacia otro. La cabeza me pesa por el casco, pero lo siento relajante.

Veo de soslayo a un grupo de tres chicas que están observándome y cuchicheando entre ellas, en la esquina que está frente a mí, a mi izquierda.
No sé por qué me miran tanto. No pueden ver ni un centímetro de mi piel. La chaqueta de cuero me cubre los brazos, los vaqueros negros las piernas, el casco la cabeza, el visor la cara, los guantes las manos.
Sé que muchas tienen un fetiche con eso de los tipos que van en moto, igual.

Ladeo la cabeza lentamente y una de ellas da un respingo. Las otras se dan manotazos entre sí y, por la forma en la que gesticulan, sé que están hablando en voz más alta.

Sonrío de costado y niego con un gesto suave. Antes de que la más valiente dé un paso hacia la calle para acercarse a mí, la luz verde me da el permiso para avanzar, y acelero, a pesar de que no hay nadie apurándome, porque no hay coches detrás de mí.
De todas maneras, asiento con un gesto para saludar.

Me detengo frente a la verja blanca e imponente que rodea el lugar de mi destino. Hay mucho verde —demasiado, diría—. Desde afuera se ve como un jodido zoológico, es deprimente.
Tan artificial.

Apago el motor y dejo el casco en el manillar.
Antes de bajarme, busco mi móvil y envío el mensaje de todos los días a las diez de la mañana.
Acaricio la parte metálica del costado de mi teléfono, esperando. Voy y vengo por el botón de bloqueo.
Recibido. Bien. Suspiro. Lo bloqueo, porque siempre demora un rato en responder.

El tipo de seguridad me deja pasar. No sé su nombre, porque cambian constantemente de persona. Supongo que nadie tolera esto más que un par de meses. Ver tanto humano enjaulado debe ser una tortura.

—Buen día, Becker —Ada me sonríe. Tiene una mirada cálida, de esas que te hacen sentir en casa.

Me tranquiliza saber que ella siempre está aquí. Debe estar en sus cincuenta y pocos, o eso asumo, por las marcas que tiene en las comisuras de sus párpados y labios. Es de tez morena y su cabello es rizado, muy rizado.
Es una mujer atractiva, siempre está sonriendo, como si el mundo fuese un lugar precioso y no el hogar de gente de mierda, como Parker o yo.

—Hola, Ada —esbozo una media sonrisa—. ¿Qué tal todo?

—El señor Ambrose hoy se ha levantado especialmente exhibicionista —me cuenta y río entre dientes—, se ha desnudado durante el desayuno.

—¿Qué tal se lo tomó Diana?

Aprieta los labios.

—Ha desayunado en la cama, no pudo verlo, pero estoy segura de que le hubiese lanzado algo —intenta elevarme los ánimos—. Ya sabes que tiene mal genio.

Quizás Fue Un Acierto #2 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora