Clarke
Cuando la puerta se abrió despacio, Clarke supo que había llegado la horade morir.
Se quedó mirando las botas del guardia y se preparó para que la atacarael terror, para que la inundara una ola de pánico brutal. En cambio, alincorporarse sobre un codo en la cama y notar cómo la camiseta sedespegaba del colchón empapado de sudor, no sintió nada. Solo alivio.
La habían trasladado a una celda individual como castigo por haberagredido a un guardia, pero Clarke no sabía lo que era la soledad. Lasvoces acechaban por todas partes. La llamaban desde cada rincón de laoscura celda. Llenaban los silencios entre los latidos de su corazón. Legritaban desde los más profundos recovecos de la mente. No quería morir,pero si tenía que perder la vida para silenciar aquellas voces, estaba lista.
La habían confinado acusada de traición. La verdad, sin embargo, eramucho peor de lo que nadie podía imaginar. Y si por algún milagro salíaabsuelta del segundo juicio, ni aun así descansaría. Sus recuerdos eran másoprimentes que las paredes de cualquier celda.
El guardia carraspeó y cambió de postura para cargar el peso del cuerposobre la otra pierna.
—Prisionera número 319, póngase en pie, por favor.
Era más joven de lo que ella esperaba y el uniforme parecía inmenso ensu escuálido cuerpo; hacía poco que lo habían reclutado.
Alimentarse a base de rancho militar durante unos cuantos meses nobasta para ahuyentar el fantasma de la malnutrición que asola las míserasnaves periféricas, Walden y Arcadia.
Clarke inspiró profundamente y se levantó.
—Extienda las manos —ordenó el guardia sacándose unas manillasmetálicas del bolsillo del uniforme azul.
El roce de la piel del chico le provocó un estremecimiento. Clarkellevaba meses sin ver a nadie, desde que la habían trasladado a la nuevacelda y, claro, sin tocar a ningún ser humano.
—¿Le aprietan demasiado? —preguntó el guardia. Aunque lo dijo entono brusco, su voz contenía una nota de piedad que encogió el corazón deClarke. Hacía tanto tiempo que nadie salvo Thalia, su antigua compañerade celda y su única amiga en el mundo, se compadecía de ella...
Clarke negó con la cabeza.
—Siéntese en la cama. El doctor ya está en camino.
—¿Lo van a hacer aquí? —preguntó ella con voz ronca; las palabras learañaban la garganta al salir.
La inminente llegada de un médico significaba que habían decididoprescindir del segundo juicio. Tampoco le extrañó. La ley de la coloniadictaba que los condenados adultos fueran ejecutados en el acto; losmenores, en cambio, eran confinados hasta que cumplían los dieciocho yluego se les concedía una última oportunidad de demostrar su inocencia.Últimamente, sin embargo, se ejecutaba a los jóvenes a las pocas horas delsegundo juicio por crímenes de los que, hacía unos pocos años, habríansalido absueltos.
A pesar de todo, a Clarke le costaba creer que fueran a ejecutarla en lacelda. Por morboso que sonase, esperaba con ilusión el paseo final hasta elhospital en el que había pasado infinidad de horas durante sus prácticasmédicas —una última oportunidad de experimentar viejas sensaciones,aunque solo fuera el olor a desinfectante y el zumbido del sistema deventilación— antes de perder para siempre la capacidad de sentir.
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Los 100 (Libro 1)
Science FictionHoy vamos a evacuar el Centro de Detención. Cien afortunados vais a tener la oportunidad de hacer historia. Vais a viajar a la Tierra. Mientras se enfrentan a los peligros de este mundo desconocido, los cien tratarán de formar una comunidad, pero si...