Capitulo 3

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Bellamy


Por supuesto, aquel cabrón presumido llegaba tarde. Impaciente, Bellamygolpeteó el suelo con el pie, sin preocuparse por el eco que resonaba en elalmacén. Ya nadie bajaba allí; hacía muchos años que los saqueadores sehabían llevado cualquier cosa de valor. Había basura por todas partes:piezas de maquinaria, billetes, rollos y más rollos de cable y alambre,pantallas y monitores rotos.

Bellamy notó una mano en el hombro y dio media vuelta de un salto, enguardia, protegiéndose la cara con los puños y ladeando el cuerpo.

—Tranquilízate, hombre —exclamó Colton mientras encendía lalinterna y la enfocaba directamente a los ojos de Bellamy. Escudriñó a suamigo con una expresión burlona en su rostro alargado y enjuto—. ¿Porqué me has pedido que viniera aquí? —sonrió con aire de suficiencia—.¿Buscando porno de la Edad de Piedra entre los ordenadores rotos? No teculpo. Si yo tuviera que conformarme con lo que hay por Walden, seguroque también me volvía un depravado.

Bellamy ignoró la pulla. Aunque acababan de ascenderlo a guardia,Colton aprovechaba cualquier expedición para divertirse un poco conalguna chica.

—Tú dime de qué va todo eso, ¿vale? —dijo Bellamy, haciendoesfuerzos por fingir indiferencia.

Colton apoyó la espalda contra la pared y sonrió.

—No te dejes engañar por el uniforme, hermano. No he olvidado laprimera regla del negocio —tendió la mano—. Dámelo.

—Eres tú el que se confunde, Colt. Ya sabes que yo nunca te fallo —sepalmeó el bolsillo que contenía un chip cargado con créditos de estraperlo—. Ahora dime dónde está.

Al ver que el guardia esbozaba otra sonrisa petulante, a Bellamy le dio un vuelco el corazón. Desde que habían arrestado a Octavia, sobornaba aColton para conseguir información, y el muy idiota siempre disfrutabacomo un cerdo cuando le daba malas noticias.

—Despegarán hoy —las palabras golpearon el pecho de Bellamy comoun puñetazo—. Están preparando una vieja cápsula de transporte en lacubierta G —volvió a tender la mano—. Venga. Esta misión es máximosecreto y me estoy jugando el culo por ti. Estoy harto de hacer el primo.

Bellamy se quiso morir cuando una serie de imágenes desfilaron antesus ojos: su hermana pequeña amarrada a una vieja jaula de metal,surcando el espacio a mil kilómetros por hora; su rostro cada vez másamoratado mientras intentaba respirar el aire tóxico; su cuerpodesmadejado, tan quieto como...

Bellamy dio un paso adelante. 

—Lo lamento, tío.

Colton entornó los ojos. 

—¿Qué es lo que lamentas? 

—Esto.

Bellamy cogió impulso y le asestó al guardia un puñetazo en lamandíbula. Sonó un fuerte crujido, pero él no sintió nada salvo un revueloen el corazón cuando vio a Colton caer al suelo.


Treinta minutos después, Bellamy trataba de entender la extraña escenaque se desplegaba ante él. Se había apoyado de espaldas en la pared delpasaje que conducía a una rampa muy empinada. Montones de presosenfundados en chaquetas grises se dirigían a la pendiente, escoltados porun puñado de guardias. Al fondo, la cápsula de transporte esperaba, unaparato circular equipado con filas y más filas de asientos de seguridad quellevarían a aquellos pobres infelices a la Tierra.

Todo aquello era espantoso, pero preferible a la otra opción, supusoBellamy. Aunque en teoría te concedían una segunda oportunidad alcumplir los dieciocho años, casi todos los menores juzgados a lo largo delúltimo año habían sido declarados culpables. De no ser por aquella misión,estarían contando los días para su ejecución.

Los 100 (Libro 1)Where stories live. Discover now