Clarke
Bellamy condujo a Clarke por una cuesta empinada, flanqueada de esbeltosárboles cuyas ramas se entrelazaban hasta formar una especie de bóveda.El silencio poseía una cualidad antigua, como si nada, ni siquiera el viento,hubiese perturbado la soledad de aquellos árboles desde hacía siglos.
—No estoy seguro de haberte dado las gracias por haber ayudado aOctavia —dijo Bellamy, rompiendo el hechizo.
—¿Es tu forma de decir «gracias»? —se burló ella.
—Me parece que es lo máximo que vas a conseguir —Bellamy la miróde reojo—. Estas cosas no se me dan muy bien.
Clarke abrió la boca para replicar, pero antes de que pudiera decir nadatropezó con una piedra.
—Eh, cuidado —dijo él con una carcajada. Le dio la mano para ayudarlaa recuperar el equilibrio—. Y por lo que parece, a ti no se te da muy bienandar.
—Esto no es andar. Esto es una excursión; algo que ningún humanohabía hecho desde hace años, así que no te metas conmigo.
—No pasa nada. En eso consiste la división de trabajos. Tú te encargasde mantenernos con vida y yo me encargo de mantenerte en pie.
Bellamy apretó la mano de Clarke en plan amistoso y ella notó elhormigueo del rubor en la cara. No se había dado cuenta de que sus manosseguían unidas.
—Gracias —dijo ella, separándose de él.
Bellamy se detuvo al llegar a una zona donde el terreno volvía a serllano.
—Por aquí —dijo, y señaló a la izquierda—. ¿Y qué, cómo acabaste pordedicarte a la medicina?
Clarke frunció el ceño, confundida.
—Bueno, era lo que más me gustaba. ¿Tú no escogiste dedicarte a...? —se mordió la lengua al darse cuenta, avergonzada, de que no tenía ni ideade a qué se dedicaba Bellamy allá en la nave. No era guardia, desde luego.
Él la miró fijamente, como intentando leer en su semblante si hablaba enserio o en broma.
—En Walden, las cosas no funcionan así —dijo con aire meditabundo,mientras se internaba aún más en las sombras verdosas—. Si tienes unexpediente impecable y algo de suerte, puedes llegar a ser guardia. En casocontrario, te limitas a hacer lo mismo que tus padres.
Clarke procuró que su rostro no reflejase sorpresa. Sabía que loswaldenitas solo podían acceder a ciertos trabajos, claro, pero no habíacaído en la cuenta de que no tenían ninguna elección en absoluto.
—¿Y a qué te dedicabas tú?
—Yo era... —Bellamy apretó los labios—. ¿Sabes qué? Da igual cuálfuera mi trabajo allí.
—Lo siento —se apresuró a decir Clarke—. No pretendía...
—Tranquila —la interrumpió él, dando un paso adelante.
Siguieron andando, ahora en un silencio más tenso.
—Espera —susurró Bellamy, y tendió un brazo para detenerla.
Con un rápido movimiento, sacó una flecha del carcaj y levantó el arco.Enfocó los ojos en un punto donde la vegetación era tan frondosa que losmatorrales apenas se diferenciaban de las sombras. En aquel instante, ellalo vio: un rápido movimiento, el destello de un ojo. Clarke contuvo elaliento al ver salir a un animal de entre las hojas, pequeño y marrón, conlargas orejas en punta, que correteaba arriba y abajo. Un conejo.
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Los 100 (Libro 1)
Научная фантастикаHoy vamos a evacuar el Centro de Detención. Cien afortunados vais a tener la oportunidad de hacer historia. Vais a viajar a la Tierra. Mientras se enfrentan a los peligros de este mundo desconocido, los cien tratarán de formar una comunidad, pero si...