Clarke
Cruzó la entrada de la tienda que habían convertido en hospital de campañay salió al claro. Aun sin ventanas, había notado que se acercaba elamanecer. El cielo era una explosión de color y el aire seco despertaba ensu cerebro sentidos que ni siquiera sabía que existían. Deseó con toda elalma haber podido compartir la experiencia con las dos personas que lehabían inspirado el anhelo de conocer la Tierra, pero nunca tendríaocasión
Sus padres habían muerto.
—Buenos días.
Clarke se crispó. Le parecía inconcebible que, hacía solo unos meses,considerara la voz de Wells el sonido más glorioso de todo el universo. Éltenía la culpa de que sus padres hubieran muerto, de que sus cuerposflotaran sin vida por el espacio infinito, cada vez más lejos de todo cuantohabían conocido y amado. En un momento de debilidad, ella le habíaconfiado un secreto que jamás debería haber compartido. Y aunque Wellshabía jurado que no se lo diría a nadie, no había esperado ni veinticuatrohoras para chivarse a su padre, tan ansioso por ser el hijo perfecto, el niñodorado de Fénix, que había traicionado a la chica a la que decía amar.
Se volvió a mirarlo. Habría podido atizarle allí mismo, pero evitaríacualquier confrontación si eso significaba acercarse a él.
Cuando echó a andar sin mirarlo, Wells la cogió del brazo.
—Espera un momento. Solo quería...
Clarke se dio media vuelta y retiró la mano.
—No me toques —le dijo con rabia.
Wells dio un paso atrás y abrió unos ojos como platos.
—Lo siento —dijo. Su voz era firme, pero Clarke advirtió el dolor en surostro.
Siempre se le había dado bien interpretar las emociones del chico. Wellsno sabía mentir; por eso estaba segura de que, cuando prometió guardar elsecreto, había sido sincero. Pero algo le hizo cambiar de idea, y los padresde Clarke habían sido los perjudicados.
Wells no se movió.
—Solo quería asegurarme de que te las arreglas bien —se disculpó convoz queda—. Hoy acabaremos de inspeccionar los restos del accidente.¿Necesitas algo especial para tus pacientes?
—Sí. Un quirófano estéril. Vías, un escáner de cuerpo entero, médicosde verdad...
—Estás haciendo un trabajo fantástico.
—Lo estaría haciendo aún mejor si hubiera pasado los últimos seismeses haciendo prácticas en el hospital en vez de confinada en una celda.
Aquella vez, Wells estaba preparado para el chasco y la escuchóimpertérrito.
El cielo, cada vez más luminoso, bañaba el claro de una luz casi doradaque encendía el paisaje como si la noche lo hubiera pulido. La hierba sediría más verde, y las minúsculas gotas de agua que salpicaban las hojasdesprendían un precioso fulgor. Flores violáceas se desplegaban en el queantes parecía un matorral cualquiera. Los pétalos ovalados se alargabanhacia el sol y se mecían al aire como si bailaran al son de una música quesolo ellos podían oír.
Wells le leyó la mente.
—Si no te hubieran confinado, no estarías aquí —repuso con suavidad.
Ella giró la cabeza de golpe para encararse con él.
—¿Y debería agradecértelo? He visto a varios colonos morir delante demí, poco más que niños que no querían venir pero tuvieron que hacerloporque algún mierda como tú los delató solo por darse importancia.
YOU ARE READING
Los 100 (Libro 1)
Science FictionHoy vamos a evacuar el Centro de Detención. Cien afortunados vais a tener la oportunidad de hacer historia. Vais a viajar a la Tierra. Mientras se enfrentan a los peligros de este mundo desconocido, los cien tratarán de formar una comunidad, pero si...