Clarke
La tensión en el hospital de campaña era tan palpable que Clarke apenas sipodía respirar.
Rondaba en silencio el lecho de Thalia, tratando en vano de detener lainfección que ya se había apoderado de sus riñones y avanzaba implacablehacia su hígado. Mientras tanto, maldecía en silencio el egoísmo deOctavia. ¿Cómo podía estar allí sentada, viendo cómo Thalia entraba ysalía de la consciencia, y no devolver los medicamentos robados?
En aquel instante, echó un vistazo al rincón donde Octavia yacíaacurrucada. Los carnosos mofletes y las espesas pestañas acentuaban suaspecto aniñado, y la rabia de Clarke se transformó en duda yremordimiento. ¿Y si no había sido Octavia? Pero entonces, ¿quién?
Miró la pulsera que llevaba clavada a la muñeca. Si Thalia aguantabahasta que llegara la próxima remesa de colonos, se pondría bien. Pordesgracia, no había modo de saber cuánto faltaba para eso. El Consejoesperaría a tener datos concluyentes sobre los niveles de radiación, almargen de lo que sucediese en la Tierra.
El Consejo, Clarke lo sabía, concedería tan poca importancia a la muertede Thalia como a la de Lilly. Los huérfanos y los criminales no contaban.
Mientras veía a Thalia respirar trabajosamente, una furia repentinaestalló en su interior. Se negaba a quedarse allí sentada esperando a que suamiga muriese. ¿Acaso los seres humanos no llevaban milenios curandoenfermedades antes del descubrimiento de la penicilina? Tenía que haberalgo allá en el bosque capaz de detener una infección. Trató de recordar lopoco que había aprendido sobre plantas en clase de Biología terrestre. Asaber si aquellas plantas seguían existiendo siquiera; todo parecía habermutado tras el Cataclismo. Pero como mínimo debía intentarlo.
—Vuelvo enseguida —le susurró a su amiga dormida. Sin dar ningunaexplicación al chico arcadio que hacía guardia junto a la tienda, Clarkeabandonó el hospital a toda prisa y enfiló en dirección al bosque, sinmolestarse en coger nada de la tienda almacén; no quería llamar laatención. Sin embargo, no había avanzado ni diez metros cuando una vozfamiliar rechinó en sus tímpanos.
—¿Adónde vas? —le preguntó Wells a la vez que echaba a andar junto aella.
—A buscar plantas medicinales —estaba demasiado cansada paramentirle, y de todos modos daba igual; él siempre pillaba sus mentiras. Poralguna razón, la santurronería que lo había cegado a verdades como puñosno le impedía leer en los ojos de Clarke todos sus secretos.
—Te acompaño.
—Prefiero ir sola, gracias —repuso Clarke apretando el paso, como sieso pudiera detener al chico que había cruzado el sistema solar para estarcon ella—. Quédate aquí por si alguna turba necesita un líder.
—Tienes razón. La cosa se desmadró un poco ayer por la tarde —dijo élfrunciendo el ceño—. No quería que le hiciesen nada a Octavia. Solopretendía ayudar. Sé que necesitas esa medicina para curar a Thalia.
—Solo pretendía ayudar. Me suena esa frase —Clarke se volvióbruscamente a mirarle. No tenía ni tiempo ni fuerzas para hacer que sesintiera mejor en aquellos momentos—. ¿Pues sabes qué, Wells? Esta veztambién has conseguido que alguien acabara confinado.
Él se detuvo en seco y Clarke giró la cabeza, incapaz de afrontar suexpresión herida. Sin embargo, no pensaba sentirse culpable. Nada de loque pudiera decirle podría causarle ni una milésima parte del daño que élle había hecho.
Con la mirada al frente, Clarke se internó en el bosque, esperando amedias oír unos pasos tras ella. En esta ocasión, sin embargo, solo oyósilencio.
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Los 100 (Libro 1)
Ficção CientíficaHoy vamos a evacuar el Centro de Detención. Cien afortunados vais a tener la oportunidad de hacer historia. Vais a viajar a la Tierra. Mientras se enfrentan a los peligros de este mundo desconocido, los cien tratarán de formar una comunidad, pero si...