Problema 11

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William contempló a Natalie.

Natalie arqueó una ceja en respuesta.

Ambos sostuvieron sus miradas como si se hallaran en una competición. Hacía media hora que el avión había despegado, sacudiendo sus cuerpos con brusquedad tras entrar en contacto con las primeras turbulencias. Ella había abrochado su cinturón nada más tomar asiento, sin embargo, William se aferraba a los laterales del asiento, mostrando sus tensos nudillos. No deseaba ser ella la que rompiera la tensión, no cuando podría torturarle unos minutos más con ese silencio cargado en agonía. Apenas dispuso de tiempo para indagar sobre aquel joven, por tanto, tendría que extraer información de otra manera.

Cambió la posición de sus piernas, cruzándolas, a la vez que entrelazaba sus delicados y finos dedos. Aquel chico poseía unos rasgos bastante pronunciados, creando una barbilla alargada pero elegante; una mandíbula tensa pero atractiva. Sus ojos eran pequeños, pero gracias a las tonalidades verdosas de sus pupilas consiguió salvar el veredicto. Tomó una profunda bocanada de aire. No podía afirmarlo con seguridad, sin embargo, tenía una ligera sospecha de que conocía a William de su época en el internado. Ese pelo pelirrojo era complicado de olvidar, pues no todos los días se encontraba con un alumno con ese... aspecto, deambulando por un edificio tan estricto, conservador pero, por encima de todo, compuesto por unas leyes imposibles de cumplir a la perfección. Si Natalie estuvo un año de su vida coexistiendo con desconocidos, en lugar de cursar sus estudios en su ciudad o con su mejor amiga Daisy, se debía a la presión que la joven sentía diariamente. Pese a tener quince años, Natalie tomó la decisión de marcharse una temporada a un internado de Londres, donde la recibieron con los brazos abiertos. Allí no la conocía nadie. Era una alumna más entre los doscientos estudiantes. De hecho, su impresión de Inglaterra fue tan grata que, años más tarde, regresó para terminar su carrera universitaria.

Sin embargo, esa era otra historia.

—Ya veo —comentó William, sonsacándola de sus pensamientos.

—¿Qué?

—Tienden a decir que soy lo opuesto a un libro abierto —añadió, imitando la postura de la joven. Extendió una mano para alcanzar su vaso de té y se lo llevó a los labios, humedeciéndolos antes de tomar un sorbo—. Si deseas saber algo sobre tu nuevo compañero de aventuras, simplemente pregunta. Yo también siento curiosidad hacia...

—¿Todo lo que nos rodea? —completó por él.

William asintió y, al hacerlo, varios mechones ondulados cayeron sobre su frente. Los apartó con un elegante movimiento, e hizo una señal en dirección a Natalie, aguardando a que diera el primer paso en ese interrogatorio. Natalie sopesó la idea. Los métodos que ella poseía para adentrarse en el pasado del resto no eran más que programas informáticos; instrumentos que le permitían registrar archivos de hospitales, de instituciones o de simples colegios. De ese modo accedía a los secretos más oscuros de sus clientes. Pero los ordenadores siempre eran más sencillos de manejar que las mentes humanas, y temía que William fuera como un rompecabezas. Le costaría mucho sonsacarle lo que deseaba.

—Creo que no será necesaria una presentación formal —objetó Natalie.

—No, te recuerdo demasiado bien: eras esa chica alta y rubia con aspecto de modelo pero con semejante temperamento que hasta ahuyentabas a los profesores —ironizó.

—Nunca me han gustado los maestros que tratan a los niños como animales.

—Y en eso estoy de acuerdo contigo. —William esbozó una sonrisa ladina—. Pensaba que estabas cumpliendo tu sueño. Cuando nos preguntaron qué queríamos ser de adultos siempre contestabas que te encantaría trabajar en algo que conllevara acción. Supe gracias a unas cuantas revistas que trabajas en la empresa familiar. Menudo aburrimiento.

Cuarenta problemas [Los Ivanov 2] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora