Veinticuatro horas sin dormir.
Veinticuatro horas fue el tiempo que estuvo sentada en una silla del hospital, con una taza de café frío entre sus manos y los constantes ánimos de William. En ese período de tiempo había derramado tantas lágrimas que ahora no le quedaba ninguna. Los médicos la forzaron a acudir a la cafetería para buscar algo de comida e, incluso, le recomendaron que utilizara las butacas para tumbarse y recuperar horas de sueño. Pero Natalie, tan terca y ofuscada como nunca, permaneció sentada frente a las puertas del área restringida, esperando a que uno de los médicos se dignara a comentarle alguna novedad.
—Dormiré cuando sepa con seguridad si ha muerto —le repitió a William.
—Han dicho que las probabilidades eran muy bajas, Nat.
William había intentado levantarle los ánimos, cierto, pero llegado a esos extremos (al parecer, Leopold y Bart habían pasado las últimas horas sometidos a varias operaciones), hacer que la joven pusiera los pies de regreso en la tierra era una misión imposible. Volvió a rodearle los hombros con un brazo, permitiendo que ella apoyara allí la cabeza. Él tampoco había dormido, pero gracias a la cafeína se mantenía en pie. Natalie, por el contrario, tomó dos bocados de una hamburguesa para luego vomitarla en el cuarto de baño.
Los médicos le habían realizado una analítica completa en el caso de que la explosión le hubiera causado daños más allá de los físicos. Tenía diminutos cortes y arañazos, tanto en el rostro como en los antebrazos, pero ella no sintió dolor cuando el enfermero que le atendió en la sala de urgencias extrajo los cristales con unas pinzas. Su mente continuaba absorta en el estado de Leopold. Y todavía no había reparado en sus padres. Acorde a las explicaciones que su hermano preparó, estaba allí para promocionar la empresa familiar. Rezó para que ambos creyeran a su hijo, pues, de lo contrario, se presentarían en el hospital en cuestión de horas. Si la noticia de que el señor Ivanov abandonó la prisión tras sobornar al gobierno se hiciera pública... Natalie no quería ni pensar en las repercusiones.
—¿Has pensado ya en qué le diremos a tus padres? —preguntó William.
—¿Acaso has aprendido a leerme el pensamiento?
Natalie arqueó una ceja.
—Quiero estar preparado. Imagina que alguno de ellos se presenta aquí, dentro de una o dos horas, y hablan con nosotros por separado. Tenemos que preparar una versión de los hechos que nos permita estar de acuerdo para no cometer equivocaciones —le pidió.
—Ya he pensado en algo.
—¿Y bien?
—Contaremos la verdad. A medias.
—Necesito más detalles, por favor.
La joven se sorbió la nariz y tomó una bocanada de aire.
—Le diremos exactamente lo que ha sucedido: Leo y tú averiguasteis la identidad del atacante. Elaboramos un plan en el que el culpable terminaría arrestado en la carrera, sin embargo, surgieron complicaciones que nos llevaron al hospital. Lo único que omitiremos será la identidad de mi abuelo. Apostaría mi alma a que el fuego ha destrozado su rostro. Sí, estoy segura de ello —añadió en susurros—. Los médicos precisarán de un reconocimiento de los familiares. Y yo soy la más indicada para soltar la última mentira. Inventaremos una identidad para el cuerpo de Bart Ivanov, y tras eso...
—El problema se desvanecerá como si nunca hubiera sucedido —completó él.
La joven asintió como respuesta y se distanció de William con lentitud, apoyándose a regañadientes en el incómodo respaldo de la silla de plástico. Estaba mareada de nuevo, y aunque no tuviera comida en el estómago para vomitarla, decidió ser precavida y adoptó una pose que le habían enseñado los médicos para lidiar con los mareos.
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Cuarenta problemas [Los Ivanov 2] [COMPLETA]
RomantizmSegundo libro bilogía Los Ivanov. Si le dieran una moneda por cada mentira que ha ideado, Natalie podría erigir un castillo de oro en el centro de Nueva York. A sus veintitrés años, la primogénita de un célebre magnate estadounidense parece tenerlo...