16 años más tarde
Los cristales en forma de diminutos diamantes pendían de los diversos candiles, como si estuvieran levitando gracias a un truco de magia. El alboroto acomodado en el salón de baile cesó conforme las manecillas del reloj avanzaban, siempre contra los planes de quienes se hallaban deambulando de un rincón a otro. Los invitados se paseaban con elegancia entre suaves carcajadas, tomando las copas que reposaban sobre las mesas dispuestas por la estancia. Natalie examinó cuidadosamente los rostros, sintiendo impotencia al no reconocerlos; no a la mayoría. Mascullando en susurros la innecesaria norma que el anfitrión había impuesto, abandonó su posición y se adentró entre el gentío, atenta a cualquier acto.
—¿Tienes algo? —le preguntó Leopold a través del pinganillo.
Natalie llevó una de las copas de vino hacia sus labios, deteniéndose cuando el filo del cristal estaba a escasos centímetros de su boca. Su labio inferior, pintado en una tonalidad carmesí, lo rozó levemente, dejando tras de sí una inmaculada marca de su pintalabios.
—No —respondió en voz baja, recorriendo la sala por enésima vez—. Todos portan esas estúpidas máscaras. ¿Cómo se supone que identificaremos a Lady Charlotte Bowman entre los presentes? Aunque haya estado con ella en numerosas ocasiones, es complicado reconocerla cuando aprecio más de treinta rubias enmascaradas y ceñidas en sus trajes.
—Entabla conversación con alguna de ellas. Apuesto a que la reconocerías si escuchas su tono de voz. Sabes tan bien como yo que no podemos marcharnos sin el dichoso reloj.
La mayor de los Ivanov puso los ojos en blanco, tomando un pequeño sorbo de su copa antes de colocarla en el mantel de estampados dorados. Acomodó su cabello ondulado y notó cómo los mechones rubios caían con gracia a los laterales de su rostro, otorgándole un aspecto más adulto. Entrelazó las manos en su estómago, enderezando la espalda, y se dispuso a deambular mientras esbozaba pequeñas sonrisas para quienes la saludaban.
—Podríamos cenar juntos una noche —sugirió Leopold.
—¿Con qué propósito? —contestó al mismo tiempo que tomaba el camino de las estatuas de mármol. Se trataba de un pasillo en el que encontró los retratos familiares del actual candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Decenas de ojos le perseguían, escrutándola con aires de superioridad y haciéndola sentir incómoda.
—¿Necesito una excusa para invitarte a cenar?
Natalie evadió la réplica con un pequeño estornudo. Leopold había dejado caer durante las últimas dos semanas sus deseos de evadirse del trabajo y pasearse por las bonitas calles de Nueva York, dispuesto a conocer las zonas más recónditas de la ciudad. Natalie supo, sin mucha dificultad, que su compañero de trabajo la estaba invitando a salir, y no dentro de la categoría de la amistad. A sus veintitrés años, la señorita Ivanova nunca había tenido una relación formal con otros elementos que no fueran los estudios o su profesión. Había aprendido de las increíbles vivencias de sus padres que el amor conllevaba una responsabilidad demasiado grande; un sentimiento que ella no era capaz de otorgar a la ligera.
No deseaba convertirse en una de las jóvenes que desperdiciaban los valiosos minutos de su juventud en cuidar a esos seres llorones y glotones, también llamados bebés.
Se detuvo unos instantes frente al espejo que ocupaba la pared izquierda de la siguiente estancia. Poseía un marco con decoraciones grabadas en oro, donde divisó a los personajes de la mitología griega representados en miniatura, resaltando la importancia de quienes habitaban en esa mansión. Los Bowman eran, en ese preciso momento, la familia más buscada a nivel mundial. La causa residía en el honorable Harold Bowman, el cual podría ser elegido nuevo presidente de los Estados Unidos en cuestión de unos pocos días. La fiesta de máscaras que había decidido celebrar no era más que un incentivo para ganar las votaciones de aquellos individuos que aún dudaban qué candidato escoger. El otro hombre en la carrera presidencial era Joseph Stewart, partidario de la extrema derecha. Los sondeos apuntaban a una aplastante victoria de Harold Bowman, sin embargo, nunca estaba de más cerciorarse de que la situación acabaría tal y como uno desea, sin sorpresas.
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Cuarenta problemas [Los Ivanov 2] [COMPLETA]
RomanceSegundo libro bilogía Los Ivanov. Si le dieran una moneda por cada mentira que ha ideado, Natalie podría erigir un castillo de oro en el centro de Nueva York. A sus veintitrés años, la primogénita de un célebre magnate estadounidense parece tenerlo...