El resto del trayecto resultó ser incómodo, además de desagradable. William se recluyó a su compartimento y no volvió a poner un pie fuera hasta que escuchó la voz de la azafata anunciando que iban a aterrizar y que, por tanto, tendría que regresar a su asiento. Natalie había construido un mundo de teorías en función de lo anotado en su libreta, aunque ninguna terminaba de convencerla. La guardó en su bolso y se abrochó el cinturón, calmando su inquietud al repetirse que estaban a punto de pisar tierra. William se acomodó en otros asientos, los más distanciados a los suyos. Natalie le había prometido buscar noticias sobre Harold y, en cuanto estuvieran en su nuevo hogar, haría honor a su palabra. Clavó sus uñas en el escabel de cuero cuando las ruedas del avión entraron en contacto con la pista. Apretó la mandíbula y contuvo la respiración, pues le era complicado tomar bocanadas al dar diminutos brincos. Una vez que la luz parpadeante roja pasó a ser verde comprendió que era seguro quitarse el cinturón e incorporarse. Había dormido un poquito, puesto que el viaje había durado un total de dieciséis horas. Definitivamente, habían sido de las horas más angustiosas al no poder abandonar el avión más que en una ocasión.
Descendió los peldaños metálicos de uno en uno, ansiosa por notar aire fresco y la luz del sol. Para su grata sorpresa, Natalie encontró un clima más cálido que Houston. Colocó una mano en su frente, evitando que los rayos de sol le molestaran y frunció el ceño.
—¿Estamos en el Caribe o en alguna isla paradisíaca? —preguntó.
—Canberra, lo cual es parecido —respondió una tercera voz. Un hombre uniformado se aproximó a ellos a la vez que se quitaba sus gafas de sol. Extendió una mano hacia ella y esbozó una cordial y amistosa sonrisa—. Bienvenida a Australia, señorita Ivanova. Me llamo Benedict Ford, aunque puede apodarme Ben. Será más fácil de memorizar.
—Estoy en la otra punta del mundo —musitó Natalie, absorta en sus pensamientos.
—Así es. Trabajo para American Shield y me han asignado ser vuestro guardaespaldas durante el tiempo que estaréis en suelo australiano. —Acomodó su chaqueta, que con toda seguridad estaría provocándole un sudor horrible, y desvió la atención hacia el pelirrojo que bajaba las escaleras con tanta rapidez que casi se abalanzó sobre Natalie—. ¡Ah! Me preguntaba dónde estaría el segundo invitado: señor Bowman, acérquese, por favor.
William apartó a Natalie de su camino con un pequeño empujón. Ella no hizo más que cruzarse de brazos, percatándose de cómo los rayos de sol se filtraban por los poros de su piel y le provocaban una molesta picazón. Aunque haya pasado la mayor parte de su vida frente a una playa, procuraba no tomar el sol en exceso. Su tez morena era gracias a los genes familiares y no deseaba asemejarse a una gamba. Prestó atención a la conversación que iba a tener lugar entre esos dos hombres y sonrió levemente a la mujer que traía las maletas del compartimento privado. Se preguntó si dichas maletas contendrían prendas u otros elementos de utilidad para ella. Natalie se había montado a ese avión con un bolso, esperaba que la asociación se ocupara de entregarle ropa de su talla. Como mínimo.
—¿Cómo está mi padre? —exigió William con muy poca educación.
—Señor Bowman...
—Le he hecho una pregunta: ¿cómo es que nadie me ha informado del ataque?
—No le contamos el estado de su padre para evitar este problema en particular. ¿Acaso hubiera tomado el avión de haber sabido que Harold estaba de camino al hospital? No es necesario que responda —se apresuró a decir—. Hemos hecho lo que debía hacerse para extraerle de Estados Unidos a un lugar seguro. Si me acompañáis a mi despacho, os diré... exactamente todo lo que necesitáis saber. Incluyendo vuestras nuevas identidades.
¿Había escuchado bien? ¿Nuevas identidades?
En raras ocasiones sus clientes necesitaban cambiar de nombre y aspecto. ¡Mucho menos trasladarse a otro continente! Natalie aceptaría con gusto llamarse de otro modo, pero se negaría rotundamente a teñirse el cabello de otro tono. Conforme se distanciaban de la pista y se adentraban en el edificio acristalado de varias plantas, Natalie cayó en la cuenta de que no se encontraban en un aeropuerto como tal. El avión había aterrizado en una de las sedes de su asociación, una pista tan oculta como segura. Nada habría interceptado su llegada. Natalie se preguntó por unos instantes si el misterioso director se encontraría en esa sede en particular. Quizá estaba en sus manos la oportunidad para conocerle, estrechar su mano, agradecerle el cambio que dio en su vida. O simplemente estaba exagerando y continuaba tan oculto como ella lo estaba ahora. Benedict realizó un breve tour, indicando cómo alcanzar las pistas de los aviones y helicópteros, una zona de aparcamientos, aseos e, incluso, les enseñó una sala recreativa en donde algunos clientes pasaban horas.
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Cuarenta problemas [Los Ivanov 2] [COMPLETA]
RomanceSegundo libro bilogía Los Ivanov. Si le dieran una moneda por cada mentira que ha ideado, Natalie podría erigir un castillo de oro en el centro de Nueva York. A sus veintitrés años, la primogénita de un célebre magnate estadounidense parece tenerlo...