Una pradera decoraba con césped extensas llanuras. El verde se mezclaba con los blancos pétalos de las flores, y las hormigas, estas en su inagotable labor, llevaban pequeños granos de alimento en dirección a su refugio.
El suelo se mantenía embarrado, las lluvias de los pasados días fueron feroces hasta el punto de haber sido motivo de temerosas habladurías. Las ciudades acompañaron a las cotorras en la mañana, y la incertidumbre se cernió sobre los labios de los mayores.
Los jóvenes, estos con hijos a temprana edad, acumulaban una preocupación ascendente.
El último rey de Inostreya, muerto debido a una enfermedad, había dejado a su hija en una compleja situación.
Los tacones de los caballos se hundían en el barro. Y un negro baldío se postraba en las vestimentas. Un funeral se preparaba en aquel campizal.
Una tropa de equinos oscuros como el carbón lideraba la marcha, rodeando a la princesa y futura reina del castillo. Con dieciocho años, empezaba a cargar con el peso de su nación, inadvertida de su porvenir, y realizando un terrible esfuerzo por no sozollar frente a nadie.
Se tocaron laúdes y arpas a su ir, mas el rey nunca más abrió los ojos bajo la greda.
Sobre el trono, manos angustiosas acomodaban su nueva corona. Bañada en oro y decorada en diamantes, una imagen sobre su reino tuvo que mostrar: diligente y armada, seria y confiada.
Su máscara debía creer.
Ingentes guerras se armaron en los bordes del imperio, este siendo asediado por la reciente muerte de su rey, mas sus tierras querían doblegar. Pero dicha avaricia andaba, su inquebrantable defensa nadie pudo superar.
Cristalline, cansada de sus arremeter, y bajo las palabras de sus consejeros, decidió idear un desafío. Un campeonato.
Ya que los intentos no cedían, una pelea entre reinos se alzó. Los mejores guerreros de cada nación se encontrarían en una disputa amistosa, para así demostrar la valía de su territorio, y dejar los incesantes ataques hacia su nación.
Cinco reinos: Inostreya, donde Cristalline reinaba, Voldian, donde los minerales abundaban, Lereth, los más prósperos en economía, Fiurdem, pacíficos entre bosques, y Roshvalig, increíbles domadores de bestias.
Bajo carpas de tela sujetas con columnas de madera se sentaban los reyes con su escolta. Cristalline suspiraba, algo nerviosa, algo molesta, pues ese enfrentamiento era para evitar que siguieran cuestionando su reinado.
—Pueblerinos, mis señores —un hombre habló en el centro de la arena, y junto a él, dos hombres más, atentos a sacar a los aldeanos cuando se les dijera—. Saciemos nuestros estómagos mientras estos amoldan la tierra.
Las jarras de los monarcas se llenaron de vino, y sus platos, rebosantes de comida.
Con ligera delicadeza, Cristalline empezó a comer, pero no alzó los ojos. No era grata de ver masacres mientras comía.
Y mientras lo hacía, escuchó un grito bajo la tela de otro reino. Un hombre entrado en edad, quien disfrutaba de los combates y su sangre. Qué desagradable almuerzo experimentaba ese día.
Se dieron varios, y mientras unos ganaban y se preparaban para el siguiente combate, los más incautos caían desangrados.
No fue hasta que el último quedó, que Cristalline alzó su mirada. Un hombre joven de pelo castaño, con ropajes desgastados, portando la espada que le habían cedido.
Estaba cansado, mas llevaba varios combates bajo sus piernas. Le era hora de descansar.
Los ojos del hombre estaban plasmados en el suelo, pero una brisa lo hizo levantar su curiosidad, encontrándose con los ojos de la chica.

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El Velo del Olvido
Viễn tưởng[Advertencia de contenido: Narrativa lenta, violencia, madura] En una era donde las espadas reinaban, un campeonato se organizó debido a los incesantes ataques a Inostreya. Esta, cansada de las arremetidas de reinos vecinos, enfrentó a los más vale...